Armando se sentó, por fin, y dejó
que el cansancio acumulado se asomara a sus ojos, se apoderara de sus extremidades
y fuera haciéndose patente en sus consciencia. Había sido un día duro, un día
de trabajo duro y con muchas horas de esfuerzo, de reuniones para llegar a acuerdos,
de clase para transmitir las enseñanzas que los acuerdos reclamaban, de
enfrentamientos con los que se negaban a reconocer el trabajo que se realizaba.
Horas y horas de recibir enseñanza y transmitirla. Y ahora llegaba la hora de
descansar.
Sí, había quienes se empeñaban en
poner en cuestión los conocimientos de los que ya tenían las respuestas. Los
que decían que para enseñar había que poner todo lo aprendido en cuestión y
llegar al propio conocimiento, los que defendían que el conocimiento recibido
solo era una base de la que partir para evolucionar.
Armando sintió en lo más profundo
una pereza infinita al pensar en la posibilidad de ponerse ahora que el
entumecimiento del sueño lo invadía, en buscar una verdad a la verdad que ya
conocía y que le parecía incuestionable.
Siempre había personas que
necesitaban el protagonismo de sentirse diferentes. Eso era soberbia, eso era
inconformismo y ganas crear problemas.
Armando
seguía dándole vueltas a sus pensamientos mientras se ponía el pijama, incluso
mientras retiraba las sábanas para meterse en la cama y empezaba a acercar su
cabeza a la almohada, aunque un gran silencio mental se hizo antes de que
llegara a rozarla. Ya descansaba.
Jorge sonrió con la satisfacción
del que ha hecho bien su labor mientras retiraba el control del muñeco y contemplaba
su falso sueño, su desbaratado descanso que al fin y al cabo no era más que una
muerte temporal hasta que mañana de nuevo tomara su control y volviera a
dirigir su apariencia de vida, su aparente consciencia, sus implantadas
convicciones.
Se lavó las manos, se vistió y
salió. Tenía reunión con el director para revisar el guión que habría de seguir
en los siguientes días. No solía haber grandes variaciones, los objetivos eran
claros y solo cambiaban pequeños matices, estrategias, para conseguir avanzar
en el resultado final, la defensa de la verdad y su implantación en la
sociedad.
Es verdad que no todos la
compartían, de ahí la importancia en ser discretos, ladinos, apenas
perceptibles. De ahí la importancia de los Armandos que en el mundo ayudaban a
su difusión permitiendo que los guiñolistas no tuvieran que mostrar su
verdadero rostro.
Cuando Jorge volvió a su casa
contempló de nuevo a Armando, con cariño. Uno se llegaba a encariñar con
aquellos muñecos, con aquellas marionetas de alma compartida y con aquella vida
que sus manos le inducían. Mañana Armando tendría su último día con él. El
director creía que ya había cumplido con su labor y le había proporcionado un
nuevo muñeco. Ya no importaría que haría con el resto de su vida ni si tenía
resto de vida. Ya no sería cosa suya.
Ahora le tocaba estudiar la nueva
personalidad del nuevo guiñol y su forma de trabajar. El director le había
asegurado que todo el trabajo de base, como de costumbre, ya estaba hecho y que
el nuevo muñeco era totalmente dócil a los fines perseguidos. Su sometimiento ya
había sido probado y aceptado y la sociedad en la que tenía que moverse lo
valoraba adecuadamente para los objetivos a lograr.
Por cierto, se llamaba Jorge,
como él. No sabía si la idea le gustaba o le creaba una cierta sensación de
incomodidad, de inseguridad. Por supuesto no le había dicho nada al director. Las
discrepancias no estaban bien vistas y no convenía caer en desgracia.
Jorge, el
guiñolista, se puso a estudiar. Luego vendría el descanso.
Carmen vio salir a Jorge con su
nuevo muñeco y toda la documentación que le había proporcionado para su manejo.
Cada vez era más complicado el manejo de esos “muñecos”, cada vez era más
difícil encontrar guiñolistas con el talento y la capacidad de camuflaje que
Jorge tenía. Pero la consecución de la divulgación de la Verdad Única y su
implantación definitiva en la sociedad valía el esfuerzo que se realizaba. Y además
cuando eso sucediera él estaría ahí, entre la cúpula de los elegidos, entre los
que fabricaron y consiguieron una sociedad como dios manda.
Carmen aún recordaba sus tiempos
de guiñolista. A veces, incluso, soñaba con recuerdos de cuando era guiñol,
aunque estaba seguro de que eso solo eran sueños. Bueno, ya solo quedaba dar el parte a su
superior, en realidad, y como ya le había demostrado en varias ocasiones, a su
amigo.
Todo iba según lo planeado. ¿Qué podía
salir mal? Nadie creía que existiera la Organización, los contrabulos
funcionaban a la perfección y las denuncias contra ellos solo acrecentaban el
descrédito de los denunciantes. El sistema de muñecos finales, la captación de
personas con aceptación popular y débiles había sido un acierto que se mostraba
imparable y que los propios muñecos defendían a muerte. Su mismo orgullo los
obligaba a defenderlo, y una vez quemados su credibilidad era nula.
…
Carlos, sentado cómodamente en el
jardín de su vivienda, colgó el teléfono por satélite con el que se comunicaba
con su organización. Todo marchaba según lo previsto, los beneficios crecían,
el poder crecía y todo estaba bajo control. La vida, esa que los demás creían
tener y que él dirigía con mano de hierro sin moverse de su inaccesible hogar,
le sonreía.
Su hijo, su heredero, recibiría
más poder, más dinero y un mundo más dócil que el que él había heredado. Pero
para eso aún faltaba.
Pensó en llamar a alguno de sus
iguales, pero la desidia le invadió. Ya había hablado con todos ellos esa
mañana. Ninguno tenía nada interesante que contarle. A todos les sonreía la
vida como a él mismo.
Se sonrió, se retrepó y dejó que
su mente se fugara en ideas inconcretas, las concretas ya eran suyas.
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Laura estaba leyendo y aquella
frase le llamó la atención. Le llamó la atención lo suficiente para que su
cabeza empezara a darle vueltas. Inesperadamente su reflexión se convirtió en
una idea diferente, en una evolución sobre lo que creía antes de leerla. En
diferentes lugares del mundo un número inconcreto de personas tuvo la misma
experiencia. Si conseguían salvar los controles establecidos por los
guiñolistas y transmitir sus
conclusiones tal vez hubiera esperanza, aunque esperanza había poca.