sábado, 29 de septiembre de 2012

Caracol (01-1997)


Recuerdo, de cuando era pequeño, en casa de mi abuela, la vida que transcurría en la calle, y por los patios. Asomarse a un balcón, prestar oídos a una ventana, era encontrarse con el bullicio de la vida. Me parece ahora mismo que hasta la terraza del sexto piso llegaban los aromas de la calle recién regada, el rumor de las conversaciones de las mujeres comprando en las tiendas de la calle, los requiebros y comentarios de los dependientes, las risas jocosas que les respondían, la fragancia de mañana soleada de primavera, a eso de las diez, y la voz cansina del chatarrero, casi un canto de reclamo, una letanía ininteligible, monótona, con altibajos, y sin la que la mañana sería de otra forma, como lo sería un parque sin el canto de los pájaros o las voces de los niños.
Y cuando iba a la cocina, a desayunar, arrupárpagos y café de niños, veía a mi abuela hablando con la vecina de enfrente, rumores de otras conversaciones entre otras ventanas y el canto de las coplas de siempre, y las del momento que cantaba sin recato, y para mayor gloria del vecindario, la chica que servía dos pisos más abajo. Coplas que han quedado ineludiblemente ligadas a mi infancia, como la sintonía del NO-DO. ¿Cómo concebir un desayuno en silencio? Las ventanas estaban llenas de flores y el aire pleno de aromas y de notas. La vida estaba viva.
Quizás no fuera primavera todo el tiempo, quizás mi memoria me engaña con los recuerdos más selectos, pero el hálito de la vida está pleno en esas secuencias de niñez. Ya sé que había invierno, colegios y castigos, pero también había gente al anochecer en las puertas de las casas, lecherías con leche de vaca, y bares llenos de gentes charlando unos con otros como si se conocieran de toda la vida. Conociéndose de casi toda la vida. De una vida que compartían en la calle, por los patios y en cualquier lugar que se encontraran.
Quizás deje arrinconada la memoria de la casa de mis padres, un bajo interior que no daba a ningún patio de alegría, con vecinos de los que apenas si se sabía el nombre y con los que se intercambiaba un saludo casi puramente ritual, pero es que hasta que fui bastante mayor toda mi vida transcurría en la casa y en el barrio de mi abuela. La casa de mis padres, al fin y al cabo, no era una casa vecinal en el sentido que yo conocía, si no una casa socialmente repartida entre ricos, que vivían en el exterior, y humildes, -sofisticado  vocablo-, que habitábamos en el interior. Entre propietarios estirados y amables, e inquilinos amables y ligeramente huidizos con los iguales y amables y ligeramente ceremoniosos y considerados con los exteriores. Tal vez por eso, porque todos los interiores teníamos el ejemplo de las casas grandes y luminosas, con gran número de balcones al exterior, porque no éramos todos iguales, ni nadie lo pretendía, era por lo que aquella casa, y en realidad todo el barrio, no tenía la alegría, el palpito de vida que yo recuerdo en el de mi abuela.
No recuerdo cuantos años tenía, ya talludito en todo caso, cuando se vieron por primera vez unas ventanas cerradas, bueno, con los visillos echados en el patio. Eran unos vecinos que acababan de llegar a la casa. Se comentaba que eran un poquito raros, saludaban escuetamente, cuando se les saludaba, y no aparecían por ninguno de los bares de alrededor. Se sabía cuál era su nombre porque Doña Anita, la portera, se lo había preguntado al cartero.
Fueron pasando los años, con calma en principio, siempre inexorablemente, e inexorablemente los vecinos fueron cambiando, e indefectiblemente las ventanas se fueron cerrando, se fueron tapando con los visillos, tal vez en mi imaginación, cada vez más tupidos, cada vez más parecidos a vendas que tapaban de los ojos externos algún tipo de vergüenza inimaginable. Ya no había tertulias en las ventanas, ni chachas que cantaran coplas que resonasen por el patio. Una vez uno de los nuevos vecinos  protesto por el ruido, y sugirió que quien quisiera cantar que se fuese al teatro. Lolita siguió cantando, pero ya no era con alegría, era más bien con animadversión. Ya no cantaba para ella y para todos los demás, cantaba contra el vecino, cantaba con fastidio, con inquina, y cada vez cantaba menos, víctima de su propia tristeza.
Los bares se fueron cerrando, como las ventanas y como los visillos, y en su lugar se fueron abriendo cafeterías y pubs, con cortinas tupidas al exterior, y con una supuesta vocación de postín, que solían desmentir los servicios. Los camareros cambiaron la chaquetilla arremangada y el mostrador de zinc por la chaquetilla impoluta, la corbata y el mostrador de madera. Los parroquianos consumían en círculos cerrados y parecían tan extraños al local como lo eran al vecindario. Llegaban, pedían algo, y lo consumían, solos o en compañía, aislados en su banqueta o en la mesa del rincón. Era extraña la capacidad que tenían estos locales para que todas las mesas pareciesen estar en un rincón.
 También las calles cambiaban, los maravillosos bulevares que permitían pasear por ellas casi como si fuesen jardines, las magníficas calles para peatones en las que con la llegada del buen tiempo florecían las terracillas de kioscos, de árboles bajo los que pasear con el humor que el buen tiempo depositaba, aquellos en los que yo podía jugar sin tener que buscar un parque como único y especifico lugar de juegos, desaparecieron de la noche a la mañana, se convirtieron en parte de la calzada para vehículos. La ciudad crecía, cada vez llegaba más gente de fuera, los vehículos más asequibles gracias al progreso y a la bonanza económica, se comían las calles de los peatones. Todos a motor. Ni siquiera en las calles del barrio de mi abuela, en aquellas partes donde la gente se aglomeraba porque había una tasca o una bodega, se veía ya tanta gente. La lechería se hizo tienda de regalos y los coches, cada vez más, aparcados en batería no dejaban sitio para que la gente se reuniese en las aceras.
Todo se transformaba en aras del progreso y la calidad de vida, aunque yo personalmente creo que justamente eso era lo que se perdía. Asepsia era el valor en alza, productos naturales y humanidad los valores en baja. La irrupción de las televisiones en la vida familiar nos llevaba hacia la tecnificación yanqui, la estandarización a cambio del humanismo.
Las cortinas se tupieron de tal forma que se convirtieron en estores, vendas absolutamente opacas que en algunos casos, y en el colmo de la sofisticación, llevaban dibujos de gran colorido, e incluso imitaciones de paisajes exóticos o lejanos. Muchos vecinos ya no saludaban, ni siquiera en respuesta al saludo ajeno, el asfalto florecía en pasos elevados y el espacio peatonal se reducía de una forma continua e implacable. Uno podía encontrar leche en polvo, condensada, concentrada, uperisada, esterilizada. Pero no leche de vaca, ya no había nata. Ya, al pasear por el mercado, no se veía flotar la mantequilla en cacharros con agua. Y los bizcochos, los queiques no tenían el mismo sabor, aquella fragancia que le decía al paladar el secreto de la nata recién recogida de la leche en el fuego, aquel toque remoto de pegado.
Y los bares. Ya no se llevaban tampoco los pubs, las cafeterías habían envejecido y habían revertido sus insinuaciones de postín, sus oropeles de baratillo, en una decoración que, al envejecer, descubría entre sus grietas todo el fulgor cutre que realmente encerraba. Los dorados, desconchados, traslucían el yeso resquebrajado, los espejos, el corcho que los respaldaba... Ahora los bares de copas, al más puro estilo de las películas americanas, eran el lugar de reunión nocturno. Bares fríos, con una decoración ausente y una invariable vocación de provisionalidad. A pesar de la carencia de ruedas, sus propietarios, sus clientes, sus barras y especialidades, sus camareros, se trasladaban de una zona de moda a otra según se imponía en cada momento. La ciudad, la calle se deshumanizaba por oleadas, solo los coches importaban, solo la masa era reconocible. Solo ella evolucionaba, se sacudía y se unificaba, aplastando a cualquier individuo que pretendiera significarse realmente.
Se perfeccionaron las persianas, se perfeccionaron los edificios, ya no había que salir a la calle para subirse al coche, los garajes estaban integrados en la misma vivienda, bastaba coger el ascensor para que nos dejara en la planta en que estaba aparcado. Ya nadie sabía si los patios eran alegres o no, todas las ventanas estaban herméticamente cerradas, desde dentro, hacia adentro y hacia afuera. Nadie cantaba coplas. Nadie se relacionaba con los vecinos. Los amigos vivían lejos y había que hacer una excursión, naturalmente en coche, para visitarlos, y muchos se quedaban en el camino, porque el esfuerzo era demasiado, y salir de casa costaba. Que fácil era dejarse ir. Ir espaciando los contactos hasta que espontáneamente dejaban de existir. Durante un tiempo un vago recuerdo, una convicción intima de que había que volver a llamarlos, pero... demasiado lejos, demasiado esfuerzo.
Todo, visto entre las lamas de una persiana preservadora de la intimidad y el aislamiento se me antoja lejano pero vívido. Lleno de aromas de tiempos que ahora, sumergido en la nostalgia, me parecen mejor. Tal vez no lo fueran, pero el recuerdo me trae a la gente más viva, más humana. Qué duda cabe, había grandes defectos, pero el problema es que por muchos que lo miro no estoy seguro de que me gusten más los grandes defectos que los han ido sucediendo. Si se pudieran cambiar uno a uno tal vez cambiara algunas virtudes y defectos de entonces por los de ahora. Leche de vaca, el grito del sereno, la empatía, la humanidad y las coplas, aunque tal vez todo sea uno.
Ya no hay bares. Ya no hay gente en las calles. La sociedad es un conjunto de caracoles, de caracoles inversos, que no abandonan jamás sus casas, ni las desplazan. El auge de las comunicaciones, y el afán de intimidad y aislamiento nos han llevado a esto. Los nuevos edificios se construyen de espaldas al afuera, solo con unas leves heridas en la fachada para la renovación de aire en casos de emergencia, aunque todas ellas están en las cámaras de entreplanta, nadie compraría una vivienda que tuviera comunicación con el exterior. Vivo en una sociedad agorafóbica. Todo el universo, todo tiempo, todo afán me es servido por los sistemas de comunicaciones. La población, envejece, desciende en número, pero así es la civilización, algo cada vez más lejano.
Ya solo nos queda habitar el mundo hacia adentro, volver de alguna forma al claustro materno, convertirnos en un feto colectivo, en sujetos de una regresión lánguida y consentida, si no deseada. Yo quizás ya no lo vea. Vamos es seguro que no lo veré, aunque pase en mi tiempo y a mí alrededor.

viernes, 28 de septiembre de 2012

Un Instante Tarde (05-2011)


Se acababan de ir. Aún en nuestras retinas se reflejan sus últimos movimientos, tan reciente es su marcha. Pero al fin se han ido, un instante más tarde de lo que hubiera sido conveniente, claro que ya en el mismo momento de llegar era un instante más tarde de lo conveniente para que se fueran.

En los ojos transeúntes que contemplan el paisaje se mutan sus imágenes por las de la absoluta desolación que han dejado a su paso. No es un entorno árido en el sentido de desierto o de páramo, es una inabarcable sucesión de huellas de maltrato, de descuido, de desidia y desinterés, una interminable concatenación de pisadas y aplastamientos allí donde han habitado.

Nosotros, los fantasmas encarnados en piltrafas, miserables y cobardes, asistimos impertérritos a su llegada, sufrimos cobardes su convivencia y contemplamos escondidos su partida. Ninguno de nosotros osó jamás hacer demostración de nuestro rechazo. Ni siquiera se atrevió a pensarlo.

Solo ahora que ya han partido y nuestros miserables cuerpos vuelven a la vida, deambulando entre el recuerdo de lo que fue y ya no es, nos atrevemos a marcar con la mano los contornos de lo que había sido, a mover los ojos siguiendo unas líneas que ni el tiempo ya recuerda.

Nuestra cosecha de miedos, de desistimientos y renuncias será la más abundante que ningún ser vivo recuerde. Y lo peor de todo es que sabemos que una vez que volvamos a recuperar el color y la vida volverán para arrebatárnoslo y cobardemente asistiremos a su llegada, escondidos de nosotros mismos y pensando que llegaron un instante más tarde del instante en que deberían de haberse ido, pero sin decirlo.

Un Día, Mañana (04-2004)


Volvía presuroso hacia casa, la mañana había sido intensa, la cabeza de Pérez Ruiz (clon 19) se había negado a encajarse en el cuerpo original y no pudimos hacer nada, absolutamente nada. La bronca con el concesionario de clones había sido de las que hacen época. Y ahora la que peligraba era la mía. Susana ya me advirtió que venían sus padres a comer y la inveterada puntualidad maniática de su madre. (Ya sabes que mamá no soporta esperar, y yo no soporto que se ponga de mal humor por culpa de tu trabajo. Si ves que no vas a poder llegar cierras antes el taller y se acabó). Intenté llamarla por el móvil pero no conseguía cobertura. La maldita saturación de ondas que nos estaban friendo a todos. La semana anterior había leído en “El mundo del siglo XXII” que la cantidad de radiaciones que soportamos nos freían un 3,78% de las células cada año, sin contar las que se quedaban vivas pero alteradas. Seguramente por eso los talleres de implantación clónica eran tan buen negocio, o habían sido, porque ahora cualquier enfermerillo de tres al cuarto montaba uno. La verdad es que estoy pensando en cambiar de negocio. Justo aquel infausto día se cayó el sistema de metrojet y tuve que volver a casa en un tranporte militar de emergencia que recorría paso a paso todos los domicilios de los ocupantes por orden de recogida. O eso o una bicicleta pública, y eran 147 Km. Hacía años que no había montado. Llegué tres horas tarde y hecho una lástima. Susana ni me miró, su madre entre despectiva y regocijada.

No he vuelto a verlas, a ninguna de las dos. Me voy a dedicar al cuidado de las mecanovacas. Es un nuevo invento y te dan la leche ecológica, químicamente pura, ya pasteurizada y envasada. Van a ser el gran negocio de los próximos años. Además ayer murió la madre de Susana. Me he vestido de punta en blanco y voy hacia el tanatorio. Espero que mi semblante sea el correcto.

sábado, 22 de septiembre de 2012

La Mudanza (11-2008)


Fui a visitarlo, como tantas otras veces desde que decidió mudarse, y una vez más, como todas las anteriores, volví con la sensación de que al fin era feliz, de que había encontrado en su nueva morada toda la alegría, la luz, la felicidad de la que siempre había carecido cuando vivía en nuestro mismo barrio.

Muchas veces había comentado sus intenciones, pero nunca creímos que llegara a dar el paso, era ya casi como una muletilla que incluso en ciertos momentos todos los que estábamos con él coreábamos.

Cuando por fin decidió mudarse al otro lado del río, lo hizo sin avisarnos, simplemente se fue.

Algún exagerado le llamó suicidio. Total... porque nadie construye puentes para cruzar de un lado al otro de la superficie.

Cuento del Observador Divertido que Dentro de Eones Sobrevive al Tiempo y a las Estrellas


Habían pasado ya millones de años, los ángeles envejecían, los soles se enfriaban y el universo aspiraba a resumirse. En el interior de su morada de piedra la calavera, íntimamente, seguía sonriendo.

lunes, 17 de septiembre de 2012

Situación Judicial (04-1995)


No podía ser de ninguna otra forma. No había mas que leer un poco de historia, para darse cuenta de que este final era inevitable.

Desde el paraiso donde Adán y Eva no tenían más precepto que no comer el Fruto del Arbol del Bien y del Mal a los Diez Mandamientos que Dios le entrego a Moisés hay un salto considerable, pero es comprensible. Al fin y al cabo la humanidad ya tenía razas, religiones y tribus, y había que organizar un poco la convivencia, más que nada para que las relaciones entre las gentes y las obligaciones fundamentales estuviesen claritas. Pero de ahí al derecho romano...

Con un solo precepto, el hombre fracasó, con diez nadie pretendía que se cumplieran todos, por lo que acabaron cumpliéndose todos mal, por decirlo de alguna manera. Cuando la cosa paso de ahí, cuando el hombre no fue capaz de saber lo que mandaba la ley, porque la ley era tan extensa que no había forma de conocerla toda, cuando hicieron falta técnicos que interpretaran la ley para los demás, y otro que analizaba las interpretaciones dispares, para a su vez interpretar quien había interpretado con mas tino, entonces fue cuando cada hombre interpretó que podía interpretar la ley como mejor le favoreciera, en tanto los grupos de poder interpretaban que había que intentar impedir las interpretaciones que no se consideraban adecuadas a la interpretación que convenía a los que mandaban. Con todo esto la ley se convirtió en esencia y objetivo de si misma. Y ahí, ahí empezó el final.

En el momento en que una persona era condenada legal pero injustamente, su esencia de justiciero clamaba contra el sistema en forma de buscar la existencia de una ley que evitara el atropello que acababa de cometerse con él y se promulgara una nueva ley que desdijera a la anterior, con todos los dependes que su aplicación masiva provocaba.

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Cuando Ramón Pérez, el último hombre libre que quedaba sobre la tierra, conectó su ordenador y leyó el aviso de correo parpadeando en la pantalla, pensó en principio que era algún mensaje del banco, tal vez el último extracto de cuentas, pero una vaga sensación en el estómago le hizo fruncir el entrecejo. Nunca he conseguido explicarme la relación muscular entre ambas partes del cuerpo, pero funciona.

Sea como sea, se demoró, en contra de lo que era habitual en él. No podía evitar el pensar que no eran buenas noticias, ni siquiera noticias banales.

Cuando por fin se decidió a recoger su correo y vio el icono del Organismo Superior de Reglamentación de Actitudes Ciudadanas, le sobrevino un ataque de risa nerviosa. El hecho de que el otro icono fuese del Consejo Reglado de Justicia Internacional, no ayudó en nada.

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La promulgación de la ley para la derogación de las leyes, ley 217/31 de 14 de octubre de 2031, que impedía la derogación de ninguna ley promulgada antes de que se cumplieran diez años de su entrada en vigor, y cuya función, inicialmente, era la de garantizar un periodo de vida de las leyes promulgadas por un gobierno al producirse el relevo por parte del siguiente, fue el primer paso.

A causa de los escándalos judiciales que se produjeron, y las flagrantes situaciones de agravio comparativo que llevaron a condenas absolutamente dispares en delitos exactamente iguales, según el juez y lugar de enjuiciamiento, durante la recesión económica del 2056 en la Comunidad Europea, se dictó a Ley de Enjuiciamiento Único, que transfería las competencias de dictamen de sentencias a un único departamento de la Secretaria de Justicia y Actitudes Ciudadanas de la Comunidad, a fin de garantizar la igualdad y equidad de las resoluciones judiciales. Ese fue el segundo paso.

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A Carmen Martínez le llegó, por el servicio de correo interno, a eso de las 11 de la mañana, el documento por el que se le comunicaba la finalización de su condena, y la instaba a preparar sus pertenencias en un plazo no superior a hora y media. Carmen aprovecho el tiempo que le quedaba para comunicarles a sus compañeras de celda y pasillo la feliz nueva.

Aquel día Begoña Ruiz, la reclusa/furriel, estaba enferma, por lo que no se publicaron, en el tablón de comunicados, las ordenes del día, como era preceptivo. Eso suponía una condena no inferior a quince días, que se le comunicaría a la infractora oportunamente.

A las 12,40 horas Carmen traspasó la penúltima puerta de la prisión e introdujo la tarjeta identificativa en el lector que daría la orden de apertura a la puerta principal de la prisión. El mecanismo hizo los ruidos pertinentes de lectura y comprobación de la tarjeta, y le comunico a Carmen que tenia pendiente de cumplimiento una pena de dos meses por revelación de contenido de comunicados oficiales a personal no interesado, Ley 161/08 de 9 de junio de 2008, infracción cometida ese mismo día entre las 11,05 y 11,53 horas.

Carmen penso que se le caía el mundo encima cuando en vez de abrirse la puerta de la calle, la que se volvió a abrir fue la de acceso a la prisión. Carmen lloró amargamente, maldijo, gritó e incurrió en penas que le supondrían casi otro año de cárcel más, al infringir varias leyes de actitud y compromiso del ciudadano respecto a los organismos y centros oficiales. Pero de todas maneras esas no le serían comunicadas hasta que hubiera cumplido íntegramente la pena anterior.

De todas formas, lo que no sabía Carmen, y quizás no averiguara nunca, es que según la ley 161/47 de 8 de junio de 2047, ningún convicto que hubiera cumplido mas de una condena podía ser excarcelado, salvo que justificara, fehacientemente, unos ingresos que le permitieran el mantenimiento de una vida digna, fuese eso lo que fuese.

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La promulgación de la ley 8/57 de 14 de enero de 2057, que en su párrafo 5º  decía que la condena de todo delito flagrante, cuya condena no superase los tres años de reclusión, sería de cumplimiento inmediato y no habría posibilidad de recurso, y que en su párrafo 16º explicaba que dos penas no podían cumplirse simultáneamente, si no que en todo caso ninguna podía cumplirse hasta la extinción total de la anterior, fue el tercer paso.

La comisión interestatal, a la que se unieron la practica totalidad de los países desde un principio, para la unificación de criterios, recursos y actuaciones de los sistemas legales, judiciales y penitenciarios, bajo el lema “Aldea Global/Justicia Global”, y cuya superior aportación fue un Nuevo Derecho Internacional, que no era otra cosa que un compendio de todos los derechos nacionales, fue el cuarto.

Ante la avalancha de información y la necesidad de resoluciones inmediatas, y el descenso de personal cualificado a causa de cumplimiento de condenas, no hubo otra solución que la delegación en los ordenadores de las funciones de captura de información, evaluación, y proposición de sentencia, que invariablemente se ejecutaba, para todos los delitos menores. Y ese fue el paso definitivo.

En los quince días siguientes a la entrada en vigor de la medida, mas del treinta por ciento de la población fue sentenciada y requerida para cumplimiento inmediato de su condena.

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Ramón, mientras leía, en el comunicado oficial, que estaba condenado a un arresto domiciliario de treinta días a causa de no haber reparado, en el plazo concedido, el triturador de basuras de su domicilio, oyó el chasquido que el cerrojo de confinamiento hacía en su puerta. Pensó en preparar un recurso argumentando la imposibilidad de conseguir trabajadores para realizar la reparación, pero sabía que no le iba a servir para nada, así que prefirió llamar al Presidente de Francia, a cuya casa-celda, tenia previsto hacer una visita oficial, en su calidad de presidente del gobierno, para el día siguiente.

El hecho de que en el otro mensaje le comunicaran la apertura de un proceso para juzgarlo por un delito de alta traición, a causa de haber presentado una propuesta para la derogación de unas leyes, acto con el que infringía la 217/31, de 14 de octubre de 2031, apenas si le preocupó lo mas mínimo. 

Lástima que en aquel mismo momento Carmen volvía a entrar en su celda. Por un momento casi había habido, todavía, una persona libre sobre la faz de la tierra.

Mi Otro Yo (07-2012)


Recuerdo con claridad cuando fui otro. Pensarás al oírme que hablo de vidas, de dimensiones, de secuelas de memoria de otras existencias, pero no, mis recuerdos de otro yo pertenecen a la secuencia de años de esta misma vida, de este mismo universo y plano. Pero yo era otro. Lo recuerdo claramente, con un dolor todavía lacerante en las entrañas cuando el miedo que entonces me lastraba vuelve a recrearse, aunque sea momentáneamente, cuando vuelven a mí las inseguridades, las infelicidades, la falta de afecto expresado que tanto sufrí sin saber por qué, sin saber que existía otra forma de vivir que no alcanzaba a imaginarme.

Replegado en un universo que recreaba para mi propia supervivencia me aferré a él en tanto conseguía equilibrar fuerzas con el mundo que me rodeaba, arañando tímidamente vivencias que curaran mi estima, amigos que afirmaran mi existencia, amores que justificaran mi valía.

Miro ahora, tantos años, casi una vida después, hacia atrás y me contemplo. Reconociéndome, como no, en aquel niño pero observándolo con la lejanía de saber que es otro, que no me une a él más que la continuidad de la vida y el tiempo y un apenas perceptible poso de sentimientos por personas y lugares que no siempre puedo encontrar en estos momentos.

Recuerdo con claridad cuando fui otro, con la misma claridad con la que jamás querría volver a serlo.

sábado, 15 de septiembre de 2012

Un Sueño


Hemos pasado una tarde estupenda. Mi hermana estuvo jugando conmigo todo el tiempo  a las adivinanzas, me ha contado historias y también hemos hecho los deberes. Mi hermana mayor me quiere mucho y cuando está conmigo me siento feliz. Lo que no se es por qué ya no vive en casa. Supongo que se ha casado pero no lo recuerdo. Tengo que preguntárselo cuando vuelva. Tampoco hemos visto a papá y a mamá, mi hermana estuvo conmigo durante la cena y después me ayudo a acostarme. También estaba la chica.
Pero ahora tengo mucho miedo. Tengo una pesadilla y no consigo despertarme. He soñado que me despertaba en una habitación desconocida y que yo quería que viniese mamá para que se me pasase el susto pero venía una enfermera que tenía la cara de la chica que ayudó a mi hermana a acostarme y entonces le pedía que llamara a mi hija. Porque en esta pesadilla yo tengo hijos y mi mujer ha muerto y yo vivo en esta habitación y en este edificio.
Quiero despertarme, o volver a soñar, volver a tener 8 años y jugar con mi hermana y esperar a que papá y mamá aparezcan en la puerta y yo vaya corriendo a abrazarlos y a besarlos.
Estoy confuso.  ¿Cuál es el sueño?

La Libertad (05-2012)


“La libertad. El gran anhelo de la humanidad, el fin deseado. Es curioso que según avanza la civilización el hombre está más dispuesto a renunciar a la libertad real a cambio de una realidad formal, a renunciar a la libertad individual en aras de una segura libertad colectiva. Solo falta por saber si se puede ser libre y estar seguro al mismo tiempo”
Anónimo siglo XXI

SODEBIESSA, Sociedad Para el Desarrollo y Bienestar del Estado, S.A., entidad corporativa responsable de la gestión de lo político, fiscal, financiero, social y legal.
-Doscientos treinta y seis años a al servicio del estado Ibérico para su orden y progreso-

Convoca
Transcurridos los cuatro años preceptivos, la fiesta de la participación ciudadana. Para lo cual han sido elegidos mediante sorteo cuatrocientos ciudadanos de pleno derecho de este estado, mayores de edad, de conducta intachable y curriculum conveniente, que han sido integrados en cuatro equipos, el rojo, el azul, el verde y el blanco. Las listas de los integrantes de cada equipo están disponibles en todos los sistemas de carácter público desde el mismo momento de la publicación de esta convocatoria.
Actos
Durante siete días se organizarán debates, coloquios y reuniones en las que participarán uno o más de los equipos según su deseo, tanto de forma presencial como mediante los distintos sistemas de comunicación.
El séptimo día cada ciudadano podrá decantarse por uno de los equipos, pudiéndolo hacer por cualquiera de los medios habilitados para tal fin y que son los ya habituales en convocatorias precedentes.
Satisfacciones
Los doscientos cuarenta que consigan clasificarse, según las ley 247/1273 para el reparto proporcional de votos, obtendrán una excedencia de cuatro años en sus trabajos habituales pasando a integrarse en el departamento de comisiones y debates de esta sociedad que asignará sus salarios según las condiciones establecidas para empleos de carácter público, siempre mejorando las condiciones salariales y sociales que detenten en la actualidad.
Catorce del equipo más votado obtendrán además de un mayor ingreso económico el privilegio de asistir a las juntas  generales de la empresa para transmitir sus resoluciones al departamento ya mencionado.
Ocho más por cada dirección general de esta empresa podrán formar comisiones que asistan a las reuniones departamentales correspondientes cuando los jefes de departamento lo consideren oportuno.
Antonio Gonzalez y Gonzalez del Cerro.
Director General de Politica Legislativa y Libertades Ciudadanas.
Madrid a 10 de Mayo del 2312

Raquel Y Guillermo (04-2001)


Convivieron desde pequeños. Toda una vida de juegos y meriendas, patios de colegio y deberes, habían dado lugar a una relación sin equívocos, a un conocimiento mutuo que casi parecía una identificación de caracteres.

A esta vida infantil le siguió una adolescencia que no pudo separarlos a pesar de que los amigos de el y las amigas de ella consideraban muy raro que les gustara estar juntos, y no entendían aquella amistad tan rara que les privaba de poder ser el mejor amigo o la mejor amiga de Guillermo y Raquel, porque Guillermo y Raquel se tenían, antes que nada y antes que a ningún otro, a si mismos. Si a Raquel le gustaba algún chico y necesitaba de un cómplice que le averiguara que pensaba aquel chico de ella, no se lo contaba a su amiga Margarita, el primero al que se lo contaba era a su primo Guillermo, y si Guillermo había puesto sus ojos, y pensamientos, en alguna chica, quien mejor que Raquel para hacer de Celestina. Desde luego mucho mejor Raquel que no el patoso de Rafa que podía conseguir el efecto contrario. Desde luego, y para conveniencia de todos, cuando se estableció el encanto de las parejas, lo mas natural, de una forma prácticamente implícita, Raquel se consideró emparejada a Rafa y Margarita a Guillermo. No es que las parejas pasaran de algún que otro beso y en el caso de Rafa de un tortazo el día que se le ocurrió comprobar que los pechos de Raquel tenían ya entidad suficiente para ser paseados. Aquello costó no pocas negociaciones, que si llegaron a buen fin fue mas por la reconocida patosidad de Rafa, que lo hacía reo de disculpa, que por que se olvidara su osadía.

Desgraciadamente la vida seguía su curso y la misma biología imponía unas exigencias que ni Rafa ni Margarita podían soslayar, por lo que aquellas parejas de primeras discotecas y cine, de alguna que otra cerveza y billares, se fueron diluyendo en citas esporádicas para recordar cuando Rafa no tenía pareja, muy a menudo, o cuando Margarita dejaba plantado a alguno de sus novios, un par de veces al año. Raquel y Guillermo también sentían la necesidad de separarse para estar con sus parejas, pero esa necesidad se trocaba en anhelo de reunirse y contarse las experiencias apenas se habían separado, antes, incluso, de que se produjeran las experiencias. El hecho de separarse era ya en si mismo una experiencia.

Este estado de cosas no pasaba desapercibido para sus padres que, en un principio lo consideraron gracioso y hasta tranquilizador sabiendo que iban juntos y que esa misma presencia mutua aseguraba un comportamiento moderado. Pero esa complacencia, esa tranquilidad, fue, según avanzaban los años, trocándose en una inquietud que tenía un origen en las buenas costumbres mas que en la posibilidad o sospecha de que entre ambos hubiera nada mas que lo que estaba a la vista. No podía ser bueno que ambos pasaran tanto tiempo juntos, que se identificaran de aquella forma tan idéntica que llevaba a Doña Leonor a decir siempre que visitaba a las familias, y salía a colación el tema de los niños, que es que eran como gemelos, que ella conocía a unos de unos amigos y se comportaban igual, igual.


Con los quince años cumplidos, los padres de Raquel decidieron, como premio por las notas durante y al final del curso, y para una mejor preparación, enviar a la niña a pasar el verano en Irlanda. Saldría para allí el día 1 de julio y pasaría en el colegio todo el mes, a finales sus padres se incorporarían, habían alquilado una casita en la villa en la que estaba el colegio, y pasarían en la casita, muy bonita, al lado de un pequeño río en el que había pesca abundante, todo el mes de agosto, sin que la niña dejara de asistir a las clases del College. Guillermo, que era algo menos brillante que Raquel en los estudios, se vio, inopinadamente, apuntado para pasar el mes de julio en un campamento de perfeccionamiento de inglés situado en la sierra de Madrid, y el mes de agosto en el pueblecito de Cantabria al que habían ido invariablemente todos lo meses de Agosto sus padres y tíos desde antes incluso de que nacieran Guillermo y Raquel.

Como no podía ser menos, ambos primos protestaron por unos planes que los separaban. Para ser mas exactos, la que protestó fue Raquel, que se sentía castigada con su premio. Siempre habían ido a veranear al pueblecito, y ella quería seguir yendo, seguir perteneciendo a la pandilla, a la mayoría de cuyos miembros había conocido pala y cubo en ristre haciendo, y algunos deshaciendo, castillos en la playa, y cocodrilos y barcas de arena que surcaban el mar sin necesidad de gasolina ni papeles. Y el mes de Julio, si era tan bueno como decían los tíos, podía ir al mismo campamento que Guillermo, al fin y al cabo ella lo necesitaba menos. O que viniera el a Irlanda, que así podría progresar mas deprisa porque tendría que hablar Ingles todo el día.

En el fondo, y según se acercaba la fecha en todo su ser, ambos primos sabían que la suerte del verano estaba marcada. Iba a ser el periodo de tiempo mas largo que ambos primos hubieran pasado separados, en lo que recordaban. Les consolaba pensar en las muchas cosas que tendrían que contarse a la vuelta.

Esta primera separación, fue el inicio del distanciamiento, meramente físico, de ambos primos. Según fueron avanzando los años la diversificación de horarios, de estudios y actividades, e incluso de amistades, y el ritmo frenético de la ciudad los fue separando de una forma imperceptible pero firme. Siempre encontraban un momento perdido en el que verse y charlar, o por teléfono los días en que coincidir se hacía imposible.

En ningún momento esta situación produjo ningún distanciamiento. La fuerza que los unía seguía intacta, esa identidad de gemelos que tanto le chocaba a Doña Leonor, era, si cabe, aún mas fuerte, como una identidad de siameses, en la que no es posible saber donde empieza el uno y donde acaba el otro.

Tendrían mas o menos veintitrés años cuando un día en que Raquel y Guillermo estaban discutiendo acalorada y divertidamente un tema, Guillermo intentó darle un cachete a Raquel que se resistía a la evidencia de sus argumentos, ella fintó ágilmente y al final del movimiento sus bocas se encontraron juntas.

No hubo extrañeza, ni pudor, ni siquiera sorpresa, tal como se encontraron ambas bocas se abrieron y se unieron en una sola boca que no necesitaba explorar su parte recién adquirida, solo tomarla y compartir las oleadas de placer que mutuamente se transmitían. Sin rubor, sin sorpresa, sin discusión ni acuerdo, ambos cuerpos se fueron fundiendo en una interpretación vertiginosa y plena de su identidad intelectual de toda la vida. Fue la consumación de una fuerza que toda la vida habían sentido sin necesidad de hacerla notoria, fue una consumación llena de sensaciones de identidad y plenitud, sin frenesí, sin otro afán que el de sentirse absolutamente juntos, totalmente idénticos.

Al acabar se besaron largamente, con la dulzura que uno se besaría a si mismo cuando está plenamente satisfecho. Se vistieron sin buscarse de nuevo, sin preguntarse mutuamente ni a si mismos, retomando con un cachete la conversación en el punto y tono en que se había abierto el paréntesis. Nunca mas mencionaron lo acontecido, pero a partir de entonces ambos se separaron pensando felizmente en el otro. Ya solo se encontraban en las celebraciones familiares y en las reuniones de amigos comunes. Cuando estaban juntos, y cuando no lo estaban, seguían disfrutando del que, en la identidad, ellos conocían como el efecto Leonor.

Pero no volvieron a estar juntos, nunca, ni siquiera se lo plantearon, ni siquiera lo añoraron o intentaron comparar a sus parejas con aquellos momentos. Aquellos momentos fueron únicos y ninguna repetición, ninguna otra persona, ninguna circunstancia de la vida podría aportar nada parecido. Para Guillermo y Raquel la plenitud existió y ambos se consideraron afortunados por haberla conocido, y ambos fueron lo suficientemente idénticos para no intentar perpetuar lo instantáneo, ni convertir el magnetismo en convivencia.

Lucifer (10-2001)

Lucifer se pasó la mano por los cabellos, una vez más. Era ya, desde el día de la derrota, un gesto automático, una forma de intentar apartar de sí el recuerdo de los errores cometidos. Después miró, intentando que sus ojos penetraran en el frío y la negrura que le rodeaban, hacia el resto de la estancia. Consiguió finalmente entrever los rostros de sus vecinos de encierro, de sufrimiento, rostros de derrota.

Una vez más, otra vez, su mente se giró indisciplinadamente al momento crucial de la batalla. No conseguía saber cual fue el fallo. ¿Cómo pudieron consentir que Miguel, al frente de su ejercito de soberbios e inconscientes tomaran bajo su control el principio generador? ¿Cómo no se dio cuenta de la traición que Gabriel preparaba?. 

La guerra terminó en ese mismo momento. No hubo oportunidad de pelear más. No hubo oportunidad ni habría tenido sentido prolongar una situación que ya no tenía salida. Ahora quedaban largos eones en los que los valores principales serían la sumisión y la culpa, tal como Miguel había preconizado durante toda su existencia.

Miguel impondría a toda la existencia sus condiciones, sus sueños de grandeza. Solo él podía ser considerado como el mayor de los segundos, el paladín de la creación. La sonrisa de la soberbia.

Pobres seres planetarios, última creación del principio generador antes de ser secuestrado y anulado. Se les había diseñado para ser simples, libres y felices, y casi no habían tenido oportunidad de tomar consciencia de su entorno. Ellos serían, con toda seguridad, las mayores víctimas de Miguel. Serían, sin ninguna opción para evitarlo, los vasallos perfectos.

Lucifer se pasó la mano por los cabellos, una vez más. Tal vez el punto débil de Miguel estuviese en ellos. Que alguien se compadeciese de esos pobres seres y les contase la historia de su creación y el destino para el que habían nacido. O que la culpa arrastrada a lo largo de su existencia los hiciera insensibles a ella y se revelaran. Sueños, posibilidades. Lucifer se pasó, una vez mas, la mano por sus cabellos. La espera sería, incluso para él, larga.

jueves, 13 de septiembre de 2012

Lagrimas de Despedida (09-2006)


Sintió, más que percibió, una perturbación en su entorno. En principio de una forma sutil, pero inmediatamente el mundo entero se conmovió a su alrededor y se vio empujado por una fuerza telúrica y primigenia a traspasar un umbral que no deseaba. Ni con todas sus fuerzas conseguía evitar que el empuje brutal lo arrastrara a su través. Finalmente exhausto por la lucha, vencido, percibió un golpe enérgico. Derrotado y sucio lloró desesperdamente la pérdida de su casa, de su vida, de todo cuanto conocía.

Cuando al fin consiguió abrir los ojos unas grandes manos depositaban su cuerpo, sucio y desnudo, sobre el vientre aun convulso de su, ahora ya,  madre.

martes, 11 de septiembre de 2012

La Media (05-2001)


La Media es un concepto estadístico que divide a la raza humana en tres grupos, los que la superan, los que están por debajo y los funambulistas. Este último grupo amenaza constantemente con precipitarse a un lado u otro de la línea, pero como su caída varía la posición de esta, y dada su habilidad circense, en realidad los tres grupos se mantienen inalterables en cuanto a su relación numérica.


Existe, aunque no lo haya mencionado, el grupo de los despreciables, no por su calidad moral, que no es un concepto mensurable y por tanto estadístico, si no por pertenecer a una cantidad de individuos, pocos, de ponderación despreciable, que componen las posiciones decimales no exhaustivas por razones de coherencia oficial. Yo a estos individuos me los imagino como pelotillas en constante movimiento, ávidos de integrarse en alguno de los grupos y casi permanentemente rebotando en los intangibles limites de estos como bolas de un pinball.


Gran cosa la media, que facilita enormemente la compresión del mundo.

lunes, 10 de septiembre de 2012

El Decimo Día (01-2007)


No todo está contado. En el Génesis no se cuenta, y la ciencia aún ni siquiera consigue vislumbrar, que la Creación tiene más de siete días.

Es casi evidente. Pero también era evidente que la Tierra no era el centro del universo y nos costó unos cuantos años, y unos cuantos muertos, caer en ello.

Así que efectivamente al séptimo día Dios descansó, pero dado que no es perezoso, en el octavo día Dios contempló lo que había creado y se dijo : “Insuficiente para toda la eternidad”. Así que ese mismo día fabricó un aparato parecido al de las pompas de jabón de los niños y al noveno día lo usó para crear multitud de Universos semejantes al primero y según iban saliendo unos explotaban y otros persistían y Dios disfrutaba viéndolos expandirse y alejarse mientras brotaban otros nuevos. Y según parece en ello está aún en estos momentos y Dios quiera que por mucho tiempo todavía, ya sabéis lo que hacen los niños con las pompas cuando se cansan de verlas volar.

“Y al décimo día Dios jugó con los Universos que había creado”

Dios nos libre.

Continuum (2000)


Me he levantado con la misma sensacion de pesadez y abotargamiento que todos los dias uno de enero de todos los años que recuerdo en mi vida. Con esa sensacion de horario traspapelado que todos los años me acompaña, con ese reseco amargor en la boca de una cena a la que tu organismo no esta habituado, que se va acrecentando con las años porque el organismo tolera cada vez peor las transgresiones.


He puesto la televisión y entre las repeticiones de los programas de la noche anterior he seleccionado, como todos los años el programa de saltos de esquí en no se que estación invernal de no se que país del norte de Europa, en el que refugio ese resto, que es la parte principal, de mi sueño no satisfecho, pronto me quedaré de nuevo dormido al amoroso rumor de los aplausos a los esquiadores. A través de la ventana, mientras veo a lo lejos el despegue de un avión de Iberia, me llegan los rayos claros y adivinádamente fríos del sol de enero. Nada es distinto de lo que siempre ha sido un uno de enero. Dentro de un ratito mi suegra vendrá con un vaso de limón con anís, que mi estomago agradecerá infinitamente. Casi el mejor momento de la mañana.


A media mañana cambio de canal, haciendo un pequeño recorrido por infinidad de programas absolutamente iguales que muestran de forma abigarrada un balance de los logros, desgracias, catástrofes, personajes positivos y negativos, anécdotas, etc... del periodo que examinan. Otros muestran repeticiones de inacabables programas emitidos la noche anterior, y en los que uno no sabría distinguir cual es cual, y en los que ciertas figuras hacen todo un alarde de ubicuidad apareciendo de forma casi simultanea en distintas cadenas. La proliferación de canales privados, públicos, semipúblicos, locales, nacionales, internacionales... han hecho que no haya suficientes personajes importantes para todos. Finalmente me paro, como tos los uno de enero, en el Concierto de Año Nuevo, que retransmiten en directo desde Viena. Como todos los años me digo que si algún dia los negocios van mejor me gustaría verlo en directo.


Una vez acabado el concierto nos vestiremos y saldremos hacia la casa de mis padres, donde celebraremos la comida de año nuevo. La mesa larga en el salón estrecho, una cierta alegría de estar un año mas todos los que debemos de estar, y una larga sobremesa que se adentra con desparpajo en la oscuridad de una tarde corta de invierno, y a la que me podré sumar cuando despierte de la siesta.

El Cobrador (01-2003)


Dice la sabiduría popular que lo que mal empieza peor acaba, y dice la maldición gitana que juicios tengas y los ganes. Maldita sea, tenia que venir yo a enlazar lo más acertado de la sabiduría popular, con lo mas atinado de la taumaturgia gitana.

Tenia yo por entonces una pequeña empresa que daba lo suficiente para vivir los cuatro que en ella trabajábamos, pero no podíamos evitar el pensar que si encontrábamos a alguien que pudiera aumentar nuestras ventas, podríamos aspirar a mayores empresas.

Dio la casualidad, la malhadada casualidad, de que por aquel entonces conocimos e hicimos algunas operaciones con D. Juan Ángel Gorichato, maldito sea su nombre. Demostró grandes cualidades comerciales, y todo discurría con gran facilidad. Llegado un momento pareció que la mejor posibilidad era asociarnos y crear una empresa.

Las peripecias que acontecieron no son el objeto de esta historia, y dan de sobra para otra que tal vez algún día cuente, y lo que si lo son, son las dos letras de casi un millón de pesetas que me quedaron como única herencia de la desventurada peripecia empresarial. Letras convenientemente aceptadas y que aun el día de hoy no he conseguido cobrar.

Por supuesto, cuando llegaron los días correspondientes a los vencimientos de las letras, estas fueron presentadas, y por supuesto, fueron devueltas, y por supuesto, fueron puestas en manos de mi abogado, que presento la correspondiente denuncia, y por supuesto ganamos, y por supuesto, se cumplió la maldición gitana.

Ganamos, a un individuo que no pudo ser localizado a pesar de que la justicia tenia todos sus datos y los de su familia, casi como en el chiste, se como te llamas, se donde vives, se en que trabajas, y además en este caso, donde trabajas. Ni así, la justicia no consiguió localizar al interfecto.

Paso casi un año desde el vencimiento de la segunda letra, cuando ojeando un periódico de tirada nacional, en las paginas de anuncios, estaba buscando casa, me vino a los ojos un anuncio que decía:



COBROPER, S.L.
gestión de impagados


                                C/xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx
                                 Tfn./fax: xxxxxxx


Ante mi absoluta desesperanza, llame al teléfono que figuraba en el anuncio. Fue la primera vez que hable con Bermúdez, mas me valiera que fuese la ultima. Bermúdez concertó conmigo una cita para dos días mas tarde, conocernos y charlar sobre el problema y sus condiciones.

No era como yo me había imaginado. Ni por su voz por teléfono, ni por su profesión había supuesto algo parecido a su autentico aspecto físico. No importa su complexión, no importa su presencia o su altura, nada importaba al lado de su aspecto moral.

Bermúdez era pequeñito de tamaño, bajito, tartamudo y muy acicalado, pero a primera vista era un correo carcelario. Grandes ojos tristes, barbilla huidiza y una expresión que suplicaba admiración. Ese era Bermúdez a primera vista.

Imagínese por un momento una típica película de presidiarios. La cámara hace un barrido por el patio de recreo en el momento en que todos los presos están en él. Aun a primera vista, se puede adivinar el papel que cada uno desempeña en la colectividad. Un individuo de cuerpo endeble y mirada huidiza sale de un grupo de presos tras escuchar las instrucciones que le imparte otro que parece tener una posición predominante en el grupo, para dirigirse, con premura y un cierto aire de importancia, hasta otro grupo similar en su constitución al primero. Ese es Bermúdez, Si Bermúdez estuviera en esa película uno lo identificaría, invariablemente, como el correo de los grupos organizados de la prisión. Un personaje chocante que sobrevive gracias a su propia insignificancia.

Así era Bermúdez. De aspecto y mirada huidizos, su único tema de conversación era la propia alabanza, su frecuencia de palabra era similar a la de disparo de una ametralladora y uno tenia la sensación de que a la mas mínima interrupción saldría corriendo. Chocante, no lo define exactamente, pero lo era. Peligroso, no por él mismo, si no por lo que parecía esconder. Moralmente incorrecto, era el aspecto general.

Todas esas sensaciones que me había transmitido deberían de haberme puesto sobre aviso, pero cuando uno esta desesperado es capaz de ser sordo y ciego a cualquier tipo de toque de atención. Bermúdez examinó, con aspecto pericial, las letras, sentencias y demás papeles que yo le proporcioné. Según iba leyendo su indignación crecía de tal manera, que por un momento pensé en una transmigración. No, esa era su manera de identificarse con el cliente, como una médium que cae en trance, o como los cánticos rituales de una macumba. Bermúdez estaba asumiendo la justa indignación necesaria para hacerse cargo del cobro de aquellas letras que aquel chorizo, aquel hijo de puta, aquel maleante, palabras todas y textuales de Bermúdez, no me había pagado. Por un momento pensé en que tenía que tranquilizarlo, luego me di cuenta que el verdadero acreedor era yo.

Al fin, tras el acuerdo de las cantidades iniciales a percibir, anticipadamente, firmamos un contrato y Bermúdez salió, cargado de justa indignación y papeles, por la puerta. Yo me quedé con la justa esperanza de que cuando volviera a ver a Bermúdez traería en sus manos un talón. La justa esperanza , y una leve, vaga, creciente intranquilidad por el personaje que había ligado a mi vida.

No creo que llegara a media hora cuando Bermúdez se puso en contacto conmigo para comunicarme que había llamado al sinvergüenza, vuelvo a citar textualmente, a su casa, a casa de sus padres y a la de todos sus hermanos para comunicarles que tenia unas letras que debía de cobrar a la mayor brevedad.



- A que soy eficaz,¿ eh?. ¿Que te parece?,¿ que opinas?.

- Muy bien Bermúdez, muy bien.

- A que no pensabas que funcionábamos tan bien, ¿eh?.

- No, muy bien.


Dios mío, que le podía decir. Estaba ahogándome en una mezcla de desconcierto y vergüenza ajena. Pero ¿que quería que le dijera?. ¿Que se puede decir cuando uno esta ahogándose en el estupor, ya casi, nada mas colgar, indignación?.

Un escalofrío me recorrió el cuerpo al pensar que esto empezara a ser habitual. Inocente.

Durante la siguiente semana, Bermúdez y su requerimiento de aplauso, me llamaban, como mínimo, una vez por la mañana y otra por la tarde para ¿informarme? de las distintas gestiones, casi cualquier cosa era una gestión para Bermúdez, que había realizado hasta ese momento. Era insufrible, era acongojante, era desesperante. Y siempre terminaba igual. Creo que lo realmente exasperante era que desde el principio estabas esperando el final, aquel final absurdo, ridículo, aquel final que te dejaba sumido en una mezcla de asombro y necesidad de llorar. Si alguna vez han conocido a unas de esas personas que tienen una frase o palabra ocurrente que añadir a cualquiera que los demás digan, sabrán de que le hablo.

- A que no pensabas que éramos tan eficaces, ¿eh?

Dios mío, una semana, mínimo dos veces por día. Tenia un teléfono móvil, pero nunca le di el numero.


Durante el domingo de aquel fin de semana, según se acercaba la noche, un vértigo, una especie de nausea, me invadía y me ponía sobre aviso de que en apenas unas horas sonaría el teléfono, yo lo descolgaría y la voz de Bermúdez barbotaría un montón de datos, banales, evidentes, cuando no contenidos en los papeles que se había llevado y después diría:

-A que no pensabas que éramos tan eficaces, ¿eh?

Y una especie de eco, que me llevaba hacia abajo...

-¿Eh?,...,¿eh?,...,¿eh?,...,¿eh?,...

Cuando llegó la hora de irme a la cama, estaba enfermo, no podía ir al día siguiente a trabajar, no podía oír sonar un teléfono, en definitiva, no podía ni plantearme hablar con Bermúdez. No podría soportar ni una llamada mas de Bermúdez. Iluso.

El lunes por la mañana Bermúdez no llamó. Desgraciadamente no llamó. Directamente vino. Sonó el timbre. Como nadie lo esperaba abrí con naturalidad. Se me descolgó la mandíbula. Dos ojitos totalmente redondos, a distinta altura, en algún lugar de una cara totalmente redonda, con una barbita bien recortada y una barbilla en un punto intermedio entre la oreja derecha y su lugar natural, y una sonrisa de dientes desiguales y amarillentos, me contemplaba desde el dintel de la puerta, Bermúdez, claro.

Venia a traerme las ultimas novedades. Pero antes tenía que hacer una llamada. Que dio lugar a que tenía que hacer una segunda llamada. Cada una daba lugar a otra, sentado en mi despacho, utilizando mi teléfono, haciéndome comprobar que si podía aguantar mas, y mas, y que la indignación no tiene limites, ni la estupidez. Y entre llamada y llamada, historia, o retazo de historia, sobre lo que había cobrado para otros clientes, y a los matones que conocía, y a que se dedicaban. Pero él era legal...

-¿Eh?...

Después de casi hora y media se fue. No pude saber que gestiones había hecho, no me las contó. Y yo no se las pregunté. Y si me las contaba y se quedaba otra hora y media...

-¿Eh?...

Si la fase de llamada telefónica duró una semana, que se hizo infinita, la de aparición inesperada, esto solo la primera, las demás, temidas, con apropiación de despacho, conversación anodina y afirmación de progresos inesperados, duró casi un mes, un largo, eterno mes. Y no fue lo peor.

De repente, inesperada, pero previsiblemente, cambió, empeoró. Como siempre, sin avisar, Bermúdez apareció en la puerta, con su aspecto de deprimido físico crónico. Pero había una novedad, Bermúdez venía acompañado de una especie de angelote de Murillo recién salido de una sala de musculación. De la sala de musculación acababa de salir el cuerpo. De Murillo era la cara. Alitas no parecía tener, aunque la chaqueta parecía de tamaño suficiente para contenerlas. No tenía mas de veintidós años. Al lado de Bermúdez parecía tener buen aspecto. Claro que eso no era un gran mérito.

Bermúdez me lo presento, aunque no consigo recordar el nombre, y me explicó que era la persona que lo acompañaba cuando iba a visitar a los morosos. Porque aquella mañana habían ido a visitar al cabrón, termino de Bermúdez, aquel y lo habían esperado a la entrada de la oficina. Y se había presentado a eso de las diez, eran las once, y en principio había negado que fuera él, pero había acabado confesando.

Le habían dicho que volverían en quince días y que tuviera preparado el dinero, o parte y un plan viable de pago. Luego, aun no salgo de mi asombro, le habían escrito una nota recordándole los términos de la conversación, a mano, y la habían echado en el buzón de su madre. Bermúdez tampoco debía de ir al cine.

- A que somos eficaces, ¿eh?

- Si Bermúdez, mucho.

- Seguro que con esta visita queda resuelto,¿verdad tu?

Decía dirigiéndose a angelote, que asentía muy formal dentro de su traje gris clarito, por encima de una corbata que solo debía de utilizar en esas ocasiones. Y me preguntaba, ¡a mí!.

- ¿Crees que con esta visita bastará?.¿Eh?

- No lo se, Bermúdez.

- Yo creo que se ha quedado acojonado. Tu que crees,¿ eh?

Por mucho que yo contestaba que no había estado allí, él volvía, una y otra vez a la pregunta, como esas  canciones que van combinando las distintas formas de una frase. De vez en cuando, para variar, Bermúdez intercalaba historias de pasadas hazañas, mientras angelote callaba, asentía cuando le preguntaban o sonreía cuando la baladronada de Bermúdez acababa en un comentario dirigido directamente a él. Y casi tres horas.

La satisfacción de Bermúdez debía de ser grande porque aquel día solo hizo una llamada. Y quedamos para quince días después, una vez que lo hubieran visitado de nuevo. Yo alternaba la alegría de pensar que podría, al fin, cobrar y la de pensar que en quince días iba a descansar sin ver a Bermúdez. Y no sabia cual era mayor. Y seguía siendo un iluso.

Estaba, esa misma tarde, visitando a un cliente cuando sonó el teléfono. Era una llamada de la oficina. La persona que me había llamado se atropellaba queriendo decirme algo largo en el espacio de una palabra. La voz sonaba asustada y yo me asusté.

- Un robo


Intenté adivinar, mas por la voz de susto que por lo que había entendido.

-No

-Un accidente.

Seguía intentado adivinar, pero por mas que lo intentaba mi comunicante no acertaba a contarme lo que había pasado. Yo también empezaba a ponerme nervioso, y más con el cliente que no me quitaba ojo, y que a cada palabra que yo decía acercaba disimuladamente su cabeza a mi teléfono. Incluso parecían abrírsele mas los ojos y crecerle las orejas. Bueno no sé si se le abrían mas los ojos o le crecían las orejas, pero el caso es que ya no conseguía centrar mi atención que volaba incansable de la cara del cliente a la voz del teléfono y a mi imaginación que trabajaba a toda maquina intentando hilvanar una historia coherente desde un atropello lingüístico. Cuando ya parecía estar llegando al limite, la persona que estaba al otro lado del teléfono permitió que otra le diera el relevo, y por fin me informaron.

-Oye, que han estado aquí dos tipos con aspecto patibulario y que se identificaron como policías. Que te han denunciado, a ti y a tu padre, por agresión, amenazas y haber disparado un tiro contra una furgoneta.

Dios mío!, pero si yo había conseguido en la mili librarme de las practicas de tiro porque no me gustaban. Pero de donde....

Coño, claro Don. Juan Ángel Mecagoensupadre, Bermúdez, maldita sea, ¿en que lío me había metido ahora?. ¿Que extraña fatalidad me había llevado a contratarle? Inmediatamente llamé  a mi abogado que me explicó que lo mejor era que llamase a la comisaría a la que pertenecían los policías y hablase con ellos. Con ellos y con Bermúdez, al que debía de convencer para que me acompañase.

Llamé inmediatamente a la comisaría y pregunté por los policías que nos habían visitado, pero no estaban. E inmediatamente llame a Bermúdez que si estaba, y le conté lo que había pasado. Inmediatamente se puso a mi disposición para ir a donde hiciera falta.

Lo recogí con el coche y nos fuimos directos para la comisaría. Le explicamos al policía de guardia el asunto por el que estábamos allí y nos envió a un despacho en concreto. Los policías aun no habían llegado, pero otro compañero nos atendería. Yo intentaba llevar la voz cantante. Desde pequeño me habían instruido sobre las relaciones con la autoridad. Cuanto menos enfrentamiento mejor solución. Los padres de Bermúdez no opinaban lo mismo que los míos. Desde el primer momento Bermúdez se comportó como, a mi me parecía, se comportaría cualquiera que fuese culpable de los delitos que figuraban en la denuncia.


Se paseaba por el despacho como un león enjaulado. El despacho era largo y con una cristalera a la calle en uno de sus costados. Cuatro mesas de aspecto paupérrimo, como si tras haber soportado treinta generaciones de estudiantes y quince años de trasteros, se hubieran puesto en uso sin ningún tipo de reacondicionamiento, enfrentadas dos a dos y una quinta al fondo en sentido perpendicular a las demás. Carteles de organismos oficiales, fundamentalmente de la policía, colgaban de las paredes. Bermúdez iba y venia haciéndose el centro de la atención de los agentes. El que me interrogaba miraba para el de vez en cuando y ponía una cara... Bermúdez ajeno a la negativa impresión que estaba causando entre paseo y paseo, inopinadamente, se dirigía al otro funcionario y lo interpelaba.

- Es un hijo de puta, un chorizo profesional. Tenía que haberle hecho lo que dice, ¿no le parece a Vd.?, ¿Eh?

Paseos.

- Esta gente no tiene vergüenza. Menudo cabrón. Se merecería que le pegaran una paliza y lo dejaran tirado por ahí. ¿Eh?

Mas paseos

- Un buen susto es lo que habría que darle. Que se cagara por las patas abajo. Estos mamones solo atienden por el miedo. Si es que nos debe un montón de dinero. Menudo cabronazo. ¿Eh?

Cada vez que veía a Bermúdez dirigirse hacia el policía, sentía  como las esposas se cerraban sobre mis muñecas. Ya está, de esta nos detienen y vamos directos al trullo. Nadie puede hacerlo peor, ni a propósito. La imagen de películas vistas en las que el padre es detenido ante el estupor de su mujer e hijos, pasaba una y otra vez por mi cabeza. Pero si yo lo único que había pretendido es que se ejecutara la sentencia favorable a mi. Solo eso. Yo solo quería mi dinero. Pero es que el imbécil, palabras mías, de Bermúdez no se daba cuenta de que estaba haciendo todo lo posible para que no saliéramos de la comisaría.


Mientras esperábamos a que nos llamaran para declarar, Bermúdez me había dado toda una charla sobre como comportarse en estos casos. No había por que preocuparse. Salvo que abrigaran sospechas de que realmente hubiéramos cometido los delitos no tendríamos problemas.

- Porque yo ya he estado en comisaría muchas veces. ¿Eh?

-  Ya. (¿Y cuantas no saliste?)

- Porque nos creerán a nosotros y no a ese hijo de puta. ¿Eh?

- Eso espero. (¿Eh?)


Después de mí le tomaron declaración a Bermúdez. Mientras lo oía declarar pensaba si vendiendo el apartamento tendría suficiente para pagar la fianza. Eso si mi mujer estaba de acuerdo. Pero claro, no me iba a dejar encerrado sin hacer nada. Claro que también había que pensar en el futuro de los niños. ¿Seria mucho el tiempo que transcurriese hasta que se comprobara que yo no sabía nada de la historia?. Bueno, al menos espero que al ir con Bermúdez use de sus conocimientos para que la cosa no sea excesivamente dura. Tendré que escribirle a Alberto para que no deje de atender a Industrias Manufactureras, S.A., que nos deben aun un montón de dinero. Tal vez, con la devolución de la renta, si llegara a tiempo. Cuando oí que podíamos irnos y que seguramente nos volverían a llamar, aparecí en la calle. Y Bermúdez a mi lado.

- Yo creo que se han quedado convencidos. He sido muy claro. ¿Eh?

-...

-Lo que pasa es que debí de decir que si había escrito la nota.¿ Eh?

- ...?

- Tengo que avisar a angelote para que diga lo mismo que yo. Si no te importa vamos hasta tu oficina y lo llamo en un momento, porque mañana tenemos que volver los dos. ¿Eh?

- Lo siento, tengo que ir directamente a un cliente que me esta esperando.

Mi capacidad de ¿ehs? Estaba ya al limite. Me aterraba pensar que me hubiera librado, momentáneamente, de esta y cayera en una denuncia por enajenación mental transitoria y saturada. Necesitaba deshacerme de Bermúdez inmediatamente. Lo deje en la boca de metro más cercana y me fui a mi despacho a sudar íntimamente. Llegué, me encerré y grité insultos contra Bermúdez, contra Mecagoensupadre y contra mi mismo.

El miedo aflojó, y descansé de Bermúdez durante un mes. Luego recibí una citación del juzgado. Hay que ver el refinamiento de la justicia para martirizar al agraviado. Allí, en el pasillo, estábamos Bermúdez, angelote, Mecagoensupadre y yo. Bueno, y más gente afortunadamente.

- Nada, esto es para tomarnos declaración y luego se quedara en nada. ¿Eh? Porque seguro que enseguida ven que somos inocentes. ¿Eh?. Mira ahí está el hijo puta ese. ¿Porque no le dices algo?.¿ Eh?

- Bermúdez, mejor dejar pasar el momento. Vamos a esperar a que se resuelva lo del juicio.

- Pero yo creo que nos declararán inocentes. ¿Eh?. Vamos que no habrá ni siquiera juicio.¿ Eh?.

- Si yo también lo creo.

 - ¿Porque no lo llamas después por teléfono a ver si te paga?. ¿Eh?. Yo creo que esta acojonado. ¿Eh?.

Cuando acabé de declarar salí rápidamente para no tener que esperar a Bermúdez. Lo conseguí. Mas tarde me llamó.

- Ya le dije que era un hijo de puta, y que lo tenían que detener. Pero el viejo- se refería al funcionario que nos tomó declaración- me ha cogido manía, porque me cortaba, y lo único que hacía era preguntarme por la nota. Me obligó a escribir una igual.

Pasaron unos largos y tranquilos meses. No sabía nada de Bermúdez, ni de lo mío. Era casi feliz. Bermúdez, con angelote, apareció por la puerta.

- Resulta que ahora soy yo el acusado. ¿No sabias?. ¿Eh?. Me pueden caer cuatro años por las acusaciones del cabrón ese. ¿Tú crees que si le ofrecemos dinero retiraría la denuncia?. ¿Eh?.


¡Dios mío!. pero si yo lo había contratado para que me cobrara una deuda y ahora me pedía dinero para pagarle a quien le tenía que cobrar. Esmirriado y patético, Bermúdez aun intentaba darle un aire de triunfo a su petición.

- Le damos dinero ahora y en cuanto retire la denuncia nos presentamos a cobrarle. Seguro que entonces se acojona y en quince días nos paga. ¿Eh?. Ya me pasó esto con un cliente que...

Otra batallita. Pero ahora ya la cosa era más triste. Pobre Bermúdez, ¿eh?

Con una cierta pena me despedí de Bermúdez. Al fin y al cabo había intentado prestarme un servicio. Se había llevado parte de mi dinero y se había metido en un lío.

Sigo sin cobrar mi dinero, y ya no se nada de Bermúdez.

Si le deben dinero yo le sugeriría que se olvide de el. Si su dignidad, estúpida, se lo impide, demande judicialmente la deuda. Ganará. Confórmese. Si a pesar de todo decide dar un paso mas procure no dar con Bermúdez. Pero si a pesar de todo lo anterior  llama por teléfono y le contestan:

- Le deben dinero, ¿eh?

Cuelgue el teléfono, llame a su deudor, páguele un diez por ciento de lo que el le debe a cambio de un recibo que ponga en el apartado de concepto “por tonto”. Enmárquelo y póngalo a la vista. Se habrá ahorrado un montón de dinero en teléfono y un montón de momentos inenarrables. Palabra.

¿FIN?

domingo, 9 de septiembre de 2012

El Mundo de los Cuentos (08-2010)


El soldadito de plomo llegó a casa a la hora acostumbrada, se quitó su pierna ortopédica, se cambió de ropa y se dirigió a la cocina, donde la bailarina de trapo trajinaba para preparar la cena.

-        La editorial está revuelta. –dijo a modo de saludo- He hablado con los tres cerditos, con el hada madrina y algunos otros y se ha convocado una reunión de personajes tradicionales para mañana. Según ellos la situación es insostenible.
-        La verdad es que todo lo que está pasando es desconcertante. –dijo la bailarina volviéndose y depositando un beso breve y cariñoso sobre los labios metálicos del soldadito- Hoy en el mercado no me ha saludado ningún niño. Uno se me quedó mirando y le preguntó a su madre por que iba vestida de una forma tan antigua. Lo único que hizo la madre fue regañarle por hablar tan alto. Yo creo que ella tampoco estaba segura de quien era yo.
-        Si, tal vez sea cierto que la situación está tan mal como ellos piensan.
-    ¿Prefieres las acelgas con rustrido o con aceite?-Preguntó la bailarina volviéndose hacia los cacharros que estaban en la lumbre- Mañana te acompaño a la reunión. Tengo ganas de cantarles las cuarenta a ciertos personajillos, que no son precisamente de cuento, que seguro que también asistirán.

El soldadito caminó, ayudado por la muleta que usaba en casa para desplazarse, hasta el salón y puso la televisión. Un gran cuadro cuyo tema era el barco de papel presidía la pared principal, y en la estantería destacaba un tomo de una lujosa y antigua edición del cuento de “El Soldadito de Plomo”.

-       Me han asegurado que también van a venir algunos dibujos animados clásicos. De la Warner y la Disney creo. Las versiones españolas.-Gritó el soldadito a través del pasillo para que su voz alcanzara la cocina, donde la bailarina aún trasteaba.
-       Si, me ha llamado Heidi hace un rato y me ha dicho que ella, como tiene algo de mano en los dos colectivos, ha estado haciendo gestiones con Bugs y el Tio Gilito para que se unan a la causa.-  Su voz fue subiendo de volumen mientras se acercaba por el pasillo cargada con la cena en una bandeja.- Excluidos terminantemente los japoneses claro, aunque a ella eso le toque de alguna manera. Vamos a la mesa que la cena está lista. Parece ser que el escándalo de la venta de la exclusiva de Chicho Terremoto subiendole las faldas a una de los Pokemon, es lo que ha soliviantado definitivamente  a todo el mundo.
-        Si, eso y el Top less de otra japonesa bañandose en el lago de los cisnes, y los disparates de la abuela de Piolín con un soldado de plástico de una bolsa de veinte duros, y el escándalo sexual de otro de esos soldados, de la misma bolsa con una imitación barata de R3PO, que a su vez ya había dado que hablar con no se que otro muñecajo que tampoco recuerdo por que méritos era popular, y el aumento de pecho, y exhibición, de la réplica barata de la mariquita Pérez, y así podríamos estar hasta la próxima semana en que las revistas se inventen de la nada otros cuantos escándalos con otros cuantos personajes nuevos que nadie sabrá porque han llegado hasta sus hojas.
-        Si, eso es lo que enseñan ahora en el mundo, mierda y más mierda, cuanta más mejor. Vamos a acabar todos como las moscas, comiéndola para poder sobrevivir.

El soldadito cogió el mando a distancia y puso la televisión. Repasó con hastío los distintos canales y con un gesto de rabia apagó el aparato.

-        Eso es lo que podemos ver hoy, “Jornadas Mercurianas” en una, “Sorteo” en la otra, “El Primo Hermano”, en la de mas allá, “Corazón Electrónico”, en otra más, o si lo prefieres, y como gran diferencia, “Famosas, Famosillas y Otras Jetas” en la última, así podremos contarle a los niños en el próximo cuento como cierto personaje le pegaba a su ex-mujer. O con que Elegancia Rosina Ramirez se callaba las palizas que le daba un supuesto bailarín de caja de música...
-        Calla ya, anda, déjalo, se te está haciendo mala sangre y total para nada.
-     Para nada no, coño, estamos hablando de la educación de los niños. Nosotros enseñábamos valores. Nuestras historias hablaban de valores, a veces equivocados, otras acertados, pero nuestro fin no era la  popularidad, si no contar una historia, y que esa historia les calase dentro, les sirviese para algo.

Acabada la cena el soldadito se levantó de la mesa. Aunque su cara de plomo no era excesivamente expresiva, tenía claramente el ceño fruncido. La bailarina tomó la bandeja de la mesita auxiliar y la cargó con los platos, vasos y cubiertos que habían utilizado durante la cena, plegó el mantel y se dirigió con todo hacia la cocina.

-        Como no te calmes acabará sentándote mal la cena. Déjalo ya. ¿ Que te dijo el Maestro editor de la edición escolar de nuestro cuento? ¿La van a sacar ya?

Su voz se alejó al tiempo que el tintineo de cacharros y cubiertos que llevaba en la bandeja, pasillo adelante. Tambien se alejaba el cadencioso chancletear de sus zapatillas de casa.

“Ha engordado un poco”. Pensó el soldadito fijándose en la figura de la bailarina mientras caminaba. “Ya no tiene la figura, la gracilidad, la agilidad de hace algún tiempo. Doscientos años no pasan en balde, ni siquiera para un personaje de cuento. Y si no no hay mas que verme a mi, viejo, lleno de ralladuras y con el uniforme descolorido, He pasado de ser un juguete roto a ser un juguete viejo, y encima roto.”

La cabeza se le venció a un lado acunado por el ruido hogareño de los cacharros en la cocina.

“Ya solo importan el sexo, la violencia, el engaño. Hemos perdido la moral en algún lugar del camino. Si me tocara la primitiva, 1, 6 ....”

Un ligero resoplido marcó el punto en que los pensamientos atropellados del soldadito se hicieron sueño reivindicador.

Al cabo de un rato la bailarina volvió de la cocina. Había pasado por la habitación pequeña y, previsoramente cogió una manta ligera. Ya antes de llegar al salón sabiendo, de antemano, que encontraría al soldadito sentado en su sillón favorito, roncando, con el ceño fruncido.

Se acercó a él suavemente, le acomodó la muleta para evitar que durante el sueño se cayera y lo despertase con el golpe y lo tapó con la manta hasta la cintura, y las manos. A los personajes de metal les cuesta mucho entrar en calor y se enfrían con facilidad. Depositó, mentalmente, un beso en sus labios y con una sonrisa de satisfacción cotidiana se sentó a su lado, no demasiodo cerca para no despertarlo.

“Algún día volverán a llamarnos, soldadito. Algún día los niños volverán a querer ser niños y no caricaturas de adultos. Algún día hasta los mayores volverán a recordar que también son niños y volverán los días entre hojas. Podrás comparte un uniforme nuevo y saludar marcialmente a los niños por la calle. Ahora duerme mi buen soldadito. Ahora duerme para que la espera se haga corta.”

El Circo De Mi Pueblo (Fábula Desmoralizante) (2005)


Guardaba en la chistera un conejo de trapo, aseado y viejo, con unos ojos de cristal que la ilusiones ajenas veían moverse, como al cuerpo, unos cuantos naipes marcados, cuerdas de pega, tijeras que no cortaban y flores de papel de todos los colores y tamaños, que la misma fuerza que hacía moverse al conejo les confería aromas y texturas. Aunque todos los elementos eran viejos, vieja la maleta que los contenía, viejas las palabras con que encandilaba a los espectadores, estos, los espectadores digo, eran nuevos, nuevas sus ilusiones, nuevas las ansias de maravillarse, nuevos en su afán y en su entrega.

El mago llegó y los asombró con sus palabras, ya nadie pronunciaba esas palabras, ya nadie ponía tanta convicción en lo que les decía, a nadie le brillaban tanto los ojos cuando les hablaba, nadie describía las maravillas de la magia como aquel mago.

Hasta entonces solo habían tenido un equilibrista que murió en el alambre, de viejo, no es que sufriera ningún percance ni que lo echaran por repetitivo, no, un buén día, subido en su aparato de trabajo se murió. Hubo empleados del circo que quisieron que el número continuara, y algunos, a fuerza de años de verlo, intentaron perpetuarlo, pero el número murió con él.

El malabarista que trajeron para sustituirlo era muy bueno. Al principio la gente, acostumbrada al número anterior iba más al circo a ver como fracasaba que a aplaudirle, pero la verdad es que era muy bueno, yo creo que el mejor que recuerdo, conseguía poner en el aire cantidad de elementos que continuamente parecía que se le descontrolaban, pero no, siempre los volvía a poner bajo su control. Se agotó, tuvieron que sustituirlo por puro agotamiento, pero todos lo recordamos.

El siguiente fue un mago, brillante, imaginativo, audaz, encandiló al público y le dia al circo un aire nuevo y vibrante. Estuvo varias temporadas y la gente se resistía a que se fuera, pero finalmente se fue, un poco por cansancio y un mucho porque los errores que este le producía dejaron algunos trucos a la vista del público, y el público somos así, no perdonamos.

Después vino un clown. A nadie le gustaba especialmente el número y sus chistes no parecían hacer gracia, pero se fue asentando, y sustituía su falta de guión con unos grandes recursos técnicos y su afán de agradar. Se confió en su éxito aparente y se olvidó de querer agradar. Cuando anunció que se retiraba y propuso a otro clown para sustituirlo, el público le dimos la espalda, quizás injustamente, tal vez justamente.

Nuestro mago actual solo tiene ilusión, pero sus trucos son viejos, su material es viejo -el otro día en pleno truco al conejo se le rompió una patita, algunos niños lloraron-, su ayudante es antipática y parece que no se depila las piernas. Corren malos tiempos para el mago actual.

Corren malos tiempos para el circo de mi pueblo.