miércoles, 18 de septiembre de 2019

El Tiempo y la Justicia


Limitado el escarnio que en origen se pretendía, la justicia, en actitud ramera, se insinúa a cambio de un acuerdo improbable, impensable, imposible.
El tiempo en que el lupanar pretendió ser templo resplandeciente de virtudes ausentes, murió en el instante en que empezaron a juntarse entre sus paredes las bajas pasiones de sacerdotes a los que la oración nunca les sobrepasó los labios con los que desgranarla.
El esplendor prometido por el Sumo Sacerdote murió entre las manos de obreros más inclinados a llevarse el oro a su casa que en preservarlo para mayor gloria de unos dioses en cuyas virtudes no creían y de cuya existencia recelaban. Brillantes los arcones ocultos de sus hogares, llenos de rapiña recelosa pero decidida. Brillantes de falsas riquezas las paredes cuyos oropeles no llegarían a durar dos días.
Nunca la justicia fue tan profanada, nunca se invocó su nombre con tanta frecuencia, nunca las fanfarrias, ni los discursos, ni las ofrendas sonaron tan cascados, ni fueron tan falsos.
En el templo de la Justicia nunca estuvo la mal nombrada, antes bien, lo único que lo habitó fueron las queridas de los falsos sacerdotes vestidas con ropajes que burlaban a la diosa a la que imitaban, los sacerdotes mismos y la ignominia de las burlas cometidas.
Por eso, denunciado lo que acontecía ante la Justicia misma, descubiertos los diletantes que una vez desenmascarados seguían pretendiendo ser los adoradores únicos de la escarnecida, proclamada la inocencia de los culpables y la culpabilidad de los inocentes, limitado el escarnio que en origen se pretendía, llegó la hora de la verdadera Justicia, ante la cual, postrados, reclamando una clemencia que ellos no sintieron, invocando una verdad de sus actos imposible de mantener, una inocencia en sus intenciones desmentida por sus propias palabras, los falsos sacerdotes ofrecían, en actitud ramera de su justicia, unos acuerdos de salvaguardia improbables, impensables, imposibles.
El tiempo de la iniquidad parecía pasado, sobrepasado, agotado.
Se planeó el nuevo templo, se adquirieron los materiales, se contrataron los obreros y se nombraron los sacerdotes que honraran a la diosa. Se prepararon los festejos, los actos solemnes, se convocó a los más grandes dioses, héroes y reyes para dar mayor esplendor al evento.
Solo el Tiempo faltó a la cita, pero envió un presente, una banda que habría de colgarse en la entrada del templo, de un material que resplandecería cuando la verdad estuviera de visita y se marchitaba ante la presencia de la mentira. Tenía grabadas unas palabras: “Solo Yo en mi discurrir avalo el esplendor que Presente siempre otorga”

lunes, 7 de enero de 2019

Matrioshka


Armando se sentó, por fin, y dejó que el cansancio acumulado se asomara a sus ojos, se apoderara de sus extremidades y fuera haciéndose patente en sus consciencia. Había sido un día duro, un día de trabajo duro y con muchas horas de esfuerzo, de reuniones para llegar a acuerdos, de clase para transmitir las enseñanzas que los acuerdos reclamaban, de enfrentamientos con los que se negaban a reconocer el trabajo que se realizaba. Horas y horas de recibir enseñanza y transmitirla. Y ahora llegaba la hora de descansar.
Sí, había quienes se empeñaban en poner en cuestión los conocimientos de los que ya tenían las respuestas. Los que decían que para enseñar había que poner todo lo aprendido en cuestión y llegar al propio conocimiento, los que defendían que el conocimiento recibido solo era una base de la que partir para evolucionar.
Armando sintió en lo más profundo una pereza infinita al pensar en la posibilidad de ponerse ahora que el entumecimiento del sueño lo invadía, en buscar una verdad a la verdad que ya conocía y que le parecía incuestionable.
Siempre había personas que necesitaban el protagonismo de sentirse diferentes. Eso era soberbia, eso era inconformismo y ganas crear problemas.
Armando seguía dándole vueltas a sus pensamientos mientras se ponía el pijama, incluso mientras retiraba las sábanas para meterse en la cama y empezaba a acercar su cabeza a la almohada, aunque un gran silencio mental se hizo antes de que llegara a rozarla. Ya descansaba.

Jorge sonrió con la satisfacción del que ha hecho bien su labor mientras retiraba el control del muñeco y contemplaba su falso sueño, su desbaratado descanso que al fin y al cabo no era más que una muerte temporal hasta que mañana de nuevo tomara su control y volviera a dirigir su apariencia de vida, su aparente consciencia, sus implantadas convicciones.
Se lavó las manos, se vistió y salió. Tenía reunión con el director para revisar el guión que habría de seguir en los siguientes días. No solía haber grandes variaciones, los objetivos eran claros y solo cambiaban pequeños matices, estrategias, para conseguir avanzar en el resultado final, la defensa de la verdad y su implantación en la sociedad.
Es verdad que no todos la compartían, de ahí la importancia en ser discretos, ladinos, apenas perceptibles. De ahí la importancia de los Armandos que en el mundo ayudaban a su difusión permitiendo que los guiñolistas no tuvieran que mostrar su verdadero rostro.
Cuando Jorge volvió a su casa contempló de nuevo a Armando, con cariño. Uno se llegaba a encariñar con aquellos muñecos, con aquellas marionetas de alma compartida y con aquella vida que sus manos le inducían. Mañana Armando tendría su último día con él. El director creía que ya había cumplido con su labor y le había proporcionado un nuevo muñeco. Ya no importaría que haría con el resto de su vida ni si tenía resto de vida. Ya no sería cosa suya.
Ahora le tocaba estudiar la nueva personalidad del nuevo guiñol y su forma de trabajar. El director le había asegurado que todo el trabajo de base, como de costumbre, ya estaba hecho y que el nuevo muñeco era totalmente dócil a los fines perseguidos. Su sometimiento ya había sido probado y aceptado y la sociedad en la que tenía que moverse lo valoraba adecuadamente para los objetivos a lograr.
Por cierto, se llamaba Jorge, como él. No sabía si la idea le gustaba o le creaba una cierta sensación de incomodidad, de inseguridad. Por supuesto no le había dicho nada al director. Las discrepancias no estaban bien vistas y no convenía caer en desgracia.
Jorge, el guiñolista, se puso a estudiar. Luego vendría el descanso.

Carmen vio salir a Jorge con su nuevo muñeco y toda la documentación que le había proporcionado para su manejo. Cada vez era más complicado el manejo de esos “muñecos”, cada vez era más difícil encontrar guiñolistas con el talento y la capacidad de camuflaje que Jorge tenía. Pero la consecución de la divulgación de la Verdad Única y su implantación definitiva en la sociedad valía el esfuerzo que se realizaba. Y además cuando eso sucediera él estaría ahí, entre la cúpula de los elegidos, entre los que fabricaron y consiguieron una sociedad como dios manda.
Carmen aún recordaba sus tiempos de guiñolista. A veces, incluso, soñaba con recuerdos de cuando era guiñol, aunque estaba seguro de que eso solo eran sueños.  Bueno, ya solo quedaba dar el parte a su superior, en realidad, y como ya le había demostrado en varias ocasiones, a su amigo.
Todo iba según lo planeado. ¿Qué podía salir mal? Nadie creía que existiera la Organización, los contrabulos funcionaban a la perfección y las denuncias contra ellos solo acrecentaban el descrédito de los denunciantes. El sistema de muñecos finales, la captación de personas con aceptación popular y débiles había sido un acierto que se mostraba imparable y que los propios muñecos defendían a muerte. Su mismo orgullo los obligaba a defenderlo, y una vez quemados su credibilidad era nula.

Carlos, sentado cómodamente en el jardín de su vivienda, colgó el teléfono por satélite con el que se comunicaba con su organización. Todo marchaba según lo previsto, los beneficios crecían, el poder crecía y todo estaba bajo control. La vida, esa que los demás creían tener y que él dirigía con mano de hierro sin moverse de su inaccesible hogar, le sonreía.
Su hijo, su heredero, recibiría más poder, más dinero y un mundo más dócil que el que él había heredado. Pero para eso aún faltaba.
Pensó en llamar a alguno de sus iguales, pero la desidia le invadió. Ya había hablado con todos ellos esa mañana. Ninguno tenía nada interesante que contarle. A todos les sonreía la vida como a él mismo.
Se sonrió, se retrepó y dejó que su mente se fugara en ideas inconcretas, las concretas ya eran suyas.

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Laura estaba leyendo y aquella frase le llamó la atención. Le llamó la atención lo suficiente para que su cabeza empezara a darle vueltas. Inesperadamente su reflexión se convirtió en una idea diferente, en una evolución sobre lo que creía antes de leerla. En diferentes lugares del mundo un número inconcreto de personas tuvo la misma experiencia. Si conseguían salvar los controles establecidos por los guiñolistas  y transmitir sus conclusiones tal vez hubiera esperanza, aunque esperanza había poca.