Limitado el escarnio que en origen se pretendía, la
justicia, en actitud ramera, se insinúa a cambio de un acuerdo improbable,
impensable, imposible.
El tiempo en que el lupanar pretendió ser templo
resplandeciente de virtudes ausentes, murió en el instante en que empezaron a
juntarse entre sus paredes las bajas pasiones de sacerdotes a los que la
oración nunca les sobrepasó los labios con los que desgranarla.
El esplendor prometido por el Sumo Sacerdote murió entre las
manos de obreros más inclinados a llevarse el oro a su casa que en preservarlo
para mayor gloria de unos dioses en cuyas virtudes no creían y de cuya
existencia recelaban. Brillantes los arcones ocultos de sus hogares, llenos de
rapiña recelosa pero decidida. Brillantes de falsas riquezas las paredes cuyos
oropeles no llegarían a durar dos días.
Nunca la justicia fue tan profanada, nunca se invocó su
nombre con tanta frecuencia, nunca las fanfarrias, ni los discursos, ni las
ofrendas sonaron tan cascados, ni fueron tan falsos.
En el templo de la Justicia nunca estuvo la mal nombrada,
antes bien, lo único que lo habitó fueron las queridas de los falsos sacerdotes
vestidas con ropajes que burlaban a la diosa a la que imitaban, los sacerdotes
mismos y la ignominia de las burlas cometidas.
Por eso, denunciado lo que acontecía ante la Justicia misma,
descubiertos los diletantes que una vez desenmascarados seguían pretendiendo
ser los adoradores únicos de la escarnecida, proclamada la inocencia de los
culpables y la culpabilidad de los inocentes, limitado el escarnio que en
origen se pretendía, llegó la hora de la verdadera Justicia, ante la cual,
postrados, reclamando una clemencia que ellos no sintieron, invocando una
verdad de sus actos imposible de mantener, una inocencia en sus intenciones
desmentida por sus propias palabras, los falsos sacerdotes ofrecían, en actitud
ramera de su justicia, unos acuerdos de salvaguardia improbables, impensables,
imposibles.
El tiempo de la iniquidad parecía pasado, sobrepasado,
agotado.
Se planeó el nuevo templo, se adquirieron los materiales, se
contrataron los obreros y se nombraron los sacerdotes que honraran a la diosa. Se
prepararon los festejos, los actos solemnes, se convocó a los más grandes
dioses, héroes y reyes para dar mayor esplendor al evento.
Solo el Tiempo faltó a la cita, pero envió un presente, una
banda que habría de colgarse en la entrada del templo, de un material que
resplandecería cuando la verdad estuviera de visita y se marchitaba ante la
presencia de la mentira. Tenía grabadas unas palabras: “Solo Yo en mi discurrir
avalo el esplendor que Presente siempre otorga”
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