lunes, 10 de septiembre de 2012

El Cobrador (01-2003)


Dice la sabiduría popular que lo que mal empieza peor acaba, y dice la maldición gitana que juicios tengas y los ganes. Maldita sea, tenia que venir yo a enlazar lo más acertado de la sabiduría popular, con lo mas atinado de la taumaturgia gitana.

Tenia yo por entonces una pequeña empresa que daba lo suficiente para vivir los cuatro que en ella trabajábamos, pero no podíamos evitar el pensar que si encontrábamos a alguien que pudiera aumentar nuestras ventas, podríamos aspirar a mayores empresas.

Dio la casualidad, la malhadada casualidad, de que por aquel entonces conocimos e hicimos algunas operaciones con D. Juan Ángel Gorichato, maldito sea su nombre. Demostró grandes cualidades comerciales, y todo discurría con gran facilidad. Llegado un momento pareció que la mejor posibilidad era asociarnos y crear una empresa.

Las peripecias que acontecieron no son el objeto de esta historia, y dan de sobra para otra que tal vez algún día cuente, y lo que si lo son, son las dos letras de casi un millón de pesetas que me quedaron como única herencia de la desventurada peripecia empresarial. Letras convenientemente aceptadas y que aun el día de hoy no he conseguido cobrar.

Por supuesto, cuando llegaron los días correspondientes a los vencimientos de las letras, estas fueron presentadas, y por supuesto, fueron devueltas, y por supuesto, fueron puestas en manos de mi abogado, que presento la correspondiente denuncia, y por supuesto ganamos, y por supuesto, se cumplió la maldición gitana.

Ganamos, a un individuo que no pudo ser localizado a pesar de que la justicia tenia todos sus datos y los de su familia, casi como en el chiste, se como te llamas, se donde vives, se en que trabajas, y además en este caso, donde trabajas. Ni así, la justicia no consiguió localizar al interfecto.

Paso casi un año desde el vencimiento de la segunda letra, cuando ojeando un periódico de tirada nacional, en las paginas de anuncios, estaba buscando casa, me vino a los ojos un anuncio que decía:



COBROPER, S.L.
gestión de impagados


                                C/xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx
                                 Tfn./fax: xxxxxxx


Ante mi absoluta desesperanza, llame al teléfono que figuraba en el anuncio. Fue la primera vez que hable con Bermúdez, mas me valiera que fuese la ultima. Bermúdez concertó conmigo una cita para dos días mas tarde, conocernos y charlar sobre el problema y sus condiciones.

No era como yo me había imaginado. Ni por su voz por teléfono, ni por su profesión había supuesto algo parecido a su autentico aspecto físico. No importa su complexión, no importa su presencia o su altura, nada importaba al lado de su aspecto moral.

Bermúdez era pequeñito de tamaño, bajito, tartamudo y muy acicalado, pero a primera vista era un correo carcelario. Grandes ojos tristes, barbilla huidiza y una expresión que suplicaba admiración. Ese era Bermúdez a primera vista.

Imagínese por un momento una típica película de presidiarios. La cámara hace un barrido por el patio de recreo en el momento en que todos los presos están en él. Aun a primera vista, se puede adivinar el papel que cada uno desempeña en la colectividad. Un individuo de cuerpo endeble y mirada huidiza sale de un grupo de presos tras escuchar las instrucciones que le imparte otro que parece tener una posición predominante en el grupo, para dirigirse, con premura y un cierto aire de importancia, hasta otro grupo similar en su constitución al primero. Ese es Bermúdez, Si Bermúdez estuviera en esa película uno lo identificaría, invariablemente, como el correo de los grupos organizados de la prisión. Un personaje chocante que sobrevive gracias a su propia insignificancia.

Así era Bermúdez. De aspecto y mirada huidizos, su único tema de conversación era la propia alabanza, su frecuencia de palabra era similar a la de disparo de una ametralladora y uno tenia la sensación de que a la mas mínima interrupción saldría corriendo. Chocante, no lo define exactamente, pero lo era. Peligroso, no por él mismo, si no por lo que parecía esconder. Moralmente incorrecto, era el aspecto general.

Todas esas sensaciones que me había transmitido deberían de haberme puesto sobre aviso, pero cuando uno esta desesperado es capaz de ser sordo y ciego a cualquier tipo de toque de atención. Bermúdez examinó, con aspecto pericial, las letras, sentencias y demás papeles que yo le proporcioné. Según iba leyendo su indignación crecía de tal manera, que por un momento pensé en una transmigración. No, esa era su manera de identificarse con el cliente, como una médium que cae en trance, o como los cánticos rituales de una macumba. Bermúdez estaba asumiendo la justa indignación necesaria para hacerse cargo del cobro de aquellas letras que aquel chorizo, aquel hijo de puta, aquel maleante, palabras todas y textuales de Bermúdez, no me había pagado. Por un momento pensé en que tenía que tranquilizarlo, luego me di cuenta que el verdadero acreedor era yo.

Al fin, tras el acuerdo de las cantidades iniciales a percibir, anticipadamente, firmamos un contrato y Bermúdez salió, cargado de justa indignación y papeles, por la puerta. Yo me quedé con la justa esperanza de que cuando volviera a ver a Bermúdez traería en sus manos un talón. La justa esperanza , y una leve, vaga, creciente intranquilidad por el personaje que había ligado a mi vida.

No creo que llegara a media hora cuando Bermúdez se puso en contacto conmigo para comunicarme que había llamado al sinvergüenza, vuelvo a citar textualmente, a su casa, a casa de sus padres y a la de todos sus hermanos para comunicarles que tenia unas letras que debía de cobrar a la mayor brevedad.



- A que soy eficaz,¿ eh?. ¿Que te parece?,¿ que opinas?.

- Muy bien Bermúdez, muy bien.

- A que no pensabas que funcionábamos tan bien, ¿eh?.

- No, muy bien.


Dios mío, que le podía decir. Estaba ahogándome en una mezcla de desconcierto y vergüenza ajena. Pero ¿que quería que le dijera?. ¿Que se puede decir cuando uno esta ahogándose en el estupor, ya casi, nada mas colgar, indignación?.

Un escalofrío me recorrió el cuerpo al pensar que esto empezara a ser habitual. Inocente.

Durante la siguiente semana, Bermúdez y su requerimiento de aplauso, me llamaban, como mínimo, una vez por la mañana y otra por la tarde para ¿informarme? de las distintas gestiones, casi cualquier cosa era una gestión para Bermúdez, que había realizado hasta ese momento. Era insufrible, era acongojante, era desesperante. Y siempre terminaba igual. Creo que lo realmente exasperante era que desde el principio estabas esperando el final, aquel final absurdo, ridículo, aquel final que te dejaba sumido en una mezcla de asombro y necesidad de llorar. Si alguna vez han conocido a unas de esas personas que tienen una frase o palabra ocurrente que añadir a cualquiera que los demás digan, sabrán de que le hablo.

- A que no pensabas que éramos tan eficaces, ¿eh?

Dios mío, una semana, mínimo dos veces por día. Tenia un teléfono móvil, pero nunca le di el numero.


Durante el domingo de aquel fin de semana, según se acercaba la noche, un vértigo, una especie de nausea, me invadía y me ponía sobre aviso de que en apenas unas horas sonaría el teléfono, yo lo descolgaría y la voz de Bermúdez barbotaría un montón de datos, banales, evidentes, cuando no contenidos en los papeles que se había llevado y después diría:

-A que no pensabas que éramos tan eficaces, ¿eh?

Y una especie de eco, que me llevaba hacia abajo...

-¿Eh?,...,¿eh?,...,¿eh?,...,¿eh?,...

Cuando llegó la hora de irme a la cama, estaba enfermo, no podía ir al día siguiente a trabajar, no podía oír sonar un teléfono, en definitiva, no podía ni plantearme hablar con Bermúdez. No podría soportar ni una llamada mas de Bermúdez. Iluso.

El lunes por la mañana Bermúdez no llamó. Desgraciadamente no llamó. Directamente vino. Sonó el timbre. Como nadie lo esperaba abrí con naturalidad. Se me descolgó la mandíbula. Dos ojitos totalmente redondos, a distinta altura, en algún lugar de una cara totalmente redonda, con una barbita bien recortada y una barbilla en un punto intermedio entre la oreja derecha y su lugar natural, y una sonrisa de dientes desiguales y amarillentos, me contemplaba desde el dintel de la puerta, Bermúdez, claro.

Venia a traerme las ultimas novedades. Pero antes tenía que hacer una llamada. Que dio lugar a que tenía que hacer una segunda llamada. Cada una daba lugar a otra, sentado en mi despacho, utilizando mi teléfono, haciéndome comprobar que si podía aguantar mas, y mas, y que la indignación no tiene limites, ni la estupidez. Y entre llamada y llamada, historia, o retazo de historia, sobre lo que había cobrado para otros clientes, y a los matones que conocía, y a que se dedicaban. Pero él era legal...

-¿Eh?...

Después de casi hora y media se fue. No pude saber que gestiones había hecho, no me las contó. Y yo no se las pregunté. Y si me las contaba y se quedaba otra hora y media...

-¿Eh?...

Si la fase de llamada telefónica duró una semana, que se hizo infinita, la de aparición inesperada, esto solo la primera, las demás, temidas, con apropiación de despacho, conversación anodina y afirmación de progresos inesperados, duró casi un mes, un largo, eterno mes. Y no fue lo peor.

De repente, inesperada, pero previsiblemente, cambió, empeoró. Como siempre, sin avisar, Bermúdez apareció en la puerta, con su aspecto de deprimido físico crónico. Pero había una novedad, Bermúdez venía acompañado de una especie de angelote de Murillo recién salido de una sala de musculación. De la sala de musculación acababa de salir el cuerpo. De Murillo era la cara. Alitas no parecía tener, aunque la chaqueta parecía de tamaño suficiente para contenerlas. No tenía mas de veintidós años. Al lado de Bermúdez parecía tener buen aspecto. Claro que eso no era un gran mérito.

Bermúdez me lo presento, aunque no consigo recordar el nombre, y me explicó que era la persona que lo acompañaba cuando iba a visitar a los morosos. Porque aquella mañana habían ido a visitar al cabrón, termino de Bermúdez, aquel y lo habían esperado a la entrada de la oficina. Y se había presentado a eso de las diez, eran las once, y en principio había negado que fuera él, pero había acabado confesando.

Le habían dicho que volverían en quince días y que tuviera preparado el dinero, o parte y un plan viable de pago. Luego, aun no salgo de mi asombro, le habían escrito una nota recordándole los términos de la conversación, a mano, y la habían echado en el buzón de su madre. Bermúdez tampoco debía de ir al cine.

- A que somos eficaces, ¿eh?

- Si Bermúdez, mucho.

- Seguro que con esta visita queda resuelto,¿verdad tu?

Decía dirigiéndose a angelote, que asentía muy formal dentro de su traje gris clarito, por encima de una corbata que solo debía de utilizar en esas ocasiones. Y me preguntaba, ¡a mí!.

- ¿Crees que con esta visita bastará?.¿Eh?

- No lo se, Bermúdez.

- Yo creo que se ha quedado acojonado. Tu que crees,¿ eh?

Por mucho que yo contestaba que no había estado allí, él volvía, una y otra vez a la pregunta, como esas  canciones que van combinando las distintas formas de una frase. De vez en cuando, para variar, Bermúdez intercalaba historias de pasadas hazañas, mientras angelote callaba, asentía cuando le preguntaban o sonreía cuando la baladronada de Bermúdez acababa en un comentario dirigido directamente a él. Y casi tres horas.

La satisfacción de Bermúdez debía de ser grande porque aquel día solo hizo una llamada. Y quedamos para quince días después, una vez que lo hubieran visitado de nuevo. Yo alternaba la alegría de pensar que podría, al fin, cobrar y la de pensar que en quince días iba a descansar sin ver a Bermúdez. Y no sabia cual era mayor. Y seguía siendo un iluso.

Estaba, esa misma tarde, visitando a un cliente cuando sonó el teléfono. Era una llamada de la oficina. La persona que me había llamado se atropellaba queriendo decirme algo largo en el espacio de una palabra. La voz sonaba asustada y yo me asusté.

- Un robo


Intenté adivinar, mas por la voz de susto que por lo que había entendido.

-No

-Un accidente.

Seguía intentado adivinar, pero por mas que lo intentaba mi comunicante no acertaba a contarme lo que había pasado. Yo también empezaba a ponerme nervioso, y más con el cliente que no me quitaba ojo, y que a cada palabra que yo decía acercaba disimuladamente su cabeza a mi teléfono. Incluso parecían abrírsele mas los ojos y crecerle las orejas. Bueno no sé si se le abrían mas los ojos o le crecían las orejas, pero el caso es que ya no conseguía centrar mi atención que volaba incansable de la cara del cliente a la voz del teléfono y a mi imaginación que trabajaba a toda maquina intentando hilvanar una historia coherente desde un atropello lingüístico. Cuando ya parecía estar llegando al limite, la persona que estaba al otro lado del teléfono permitió que otra le diera el relevo, y por fin me informaron.

-Oye, que han estado aquí dos tipos con aspecto patibulario y que se identificaron como policías. Que te han denunciado, a ti y a tu padre, por agresión, amenazas y haber disparado un tiro contra una furgoneta.

Dios mío!, pero si yo había conseguido en la mili librarme de las practicas de tiro porque no me gustaban. Pero de donde....

Coño, claro Don. Juan Ángel Mecagoensupadre, Bermúdez, maldita sea, ¿en que lío me había metido ahora?. ¿Que extraña fatalidad me había llevado a contratarle? Inmediatamente llamé  a mi abogado que me explicó que lo mejor era que llamase a la comisaría a la que pertenecían los policías y hablase con ellos. Con ellos y con Bermúdez, al que debía de convencer para que me acompañase.

Llamé inmediatamente a la comisaría y pregunté por los policías que nos habían visitado, pero no estaban. E inmediatamente llame a Bermúdez que si estaba, y le conté lo que había pasado. Inmediatamente se puso a mi disposición para ir a donde hiciera falta.

Lo recogí con el coche y nos fuimos directos para la comisaría. Le explicamos al policía de guardia el asunto por el que estábamos allí y nos envió a un despacho en concreto. Los policías aun no habían llegado, pero otro compañero nos atendería. Yo intentaba llevar la voz cantante. Desde pequeño me habían instruido sobre las relaciones con la autoridad. Cuanto menos enfrentamiento mejor solución. Los padres de Bermúdez no opinaban lo mismo que los míos. Desde el primer momento Bermúdez se comportó como, a mi me parecía, se comportaría cualquiera que fuese culpable de los delitos que figuraban en la denuncia.


Se paseaba por el despacho como un león enjaulado. El despacho era largo y con una cristalera a la calle en uno de sus costados. Cuatro mesas de aspecto paupérrimo, como si tras haber soportado treinta generaciones de estudiantes y quince años de trasteros, se hubieran puesto en uso sin ningún tipo de reacondicionamiento, enfrentadas dos a dos y una quinta al fondo en sentido perpendicular a las demás. Carteles de organismos oficiales, fundamentalmente de la policía, colgaban de las paredes. Bermúdez iba y venia haciéndose el centro de la atención de los agentes. El que me interrogaba miraba para el de vez en cuando y ponía una cara... Bermúdez ajeno a la negativa impresión que estaba causando entre paseo y paseo, inopinadamente, se dirigía al otro funcionario y lo interpelaba.

- Es un hijo de puta, un chorizo profesional. Tenía que haberle hecho lo que dice, ¿no le parece a Vd.?, ¿Eh?

Paseos.

- Esta gente no tiene vergüenza. Menudo cabrón. Se merecería que le pegaran una paliza y lo dejaran tirado por ahí. ¿Eh?

Mas paseos

- Un buen susto es lo que habría que darle. Que se cagara por las patas abajo. Estos mamones solo atienden por el miedo. Si es que nos debe un montón de dinero. Menudo cabronazo. ¿Eh?

Cada vez que veía a Bermúdez dirigirse hacia el policía, sentía  como las esposas se cerraban sobre mis muñecas. Ya está, de esta nos detienen y vamos directos al trullo. Nadie puede hacerlo peor, ni a propósito. La imagen de películas vistas en las que el padre es detenido ante el estupor de su mujer e hijos, pasaba una y otra vez por mi cabeza. Pero si yo lo único que había pretendido es que se ejecutara la sentencia favorable a mi. Solo eso. Yo solo quería mi dinero. Pero es que el imbécil, palabras mías, de Bermúdez no se daba cuenta de que estaba haciendo todo lo posible para que no saliéramos de la comisaría.


Mientras esperábamos a que nos llamaran para declarar, Bermúdez me había dado toda una charla sobre como comportarse en estos casos. No había por que preocuparse. Salvo que abrigaran sospechas de que realmente hubiéramos cometido los delitos no tendríamos problemas.

- Porque yo ya he estado en comisaría muchas veces. ¿Eh?

-  Ya. (¿Y cuantas no saliste?)

- Porque nos creerán a nosotros y no a ese hijo de puta. ¿Eh?

- Eso espero. (¿Eh?)


Después de mí le tomaron declaración a Bermúdez. Mientras lo oía declarar pensaba si vendiendo el apartamento tendría suficiente para pagar la fianza. Eso si mi mujer estaba de acuerdo. Pero claro, no me iba a dejar encerrado sin hacer nada. Claro que también había que pensar en el futuro de los niños. ¿Seria mucho el tiempo que transcurriese hasta que se comprobara que yo no sabía nada de la historia?. Bueno, al menos espero que al ir con Bermúdez use de sus conocimientos para que la cosa no sea excesivamente dura. Tendré que escribirle a Alberto para que no deje de atender a Industrias Manufactureras, S.A., que nos deben aun un montón de dinero. Tal vez, con la devolución de la renta, si llegara a tiempo. Cuando oí que podíamos irnos y que seguramente nos volverían a llamar, aparecí en la calle. Y Bermúdez a mi lado.

- Yo creo que se han quedado convencidos. He sido muy claro. ¿Eh?

-...

-Lo que pasa es que debí de decir que si había escrito la nota.¿ Eh?

- ...?

- Tengo que avisar a angelote para que diga lo mismo que yo. Si no te importa vamos hasta tu oficina y lo llamo en un momento, porque mañana tenemos que volver los dos. ¿Eh?

- Lo siento, tengo que ir directamente a un cliente que me esta esperando.

Mi capacidad de ¿ehs? Estaba ya al limite. Me aterraba pensar que me hubiera librado, momentáneamente, de esta y cayera en una denuncia por enajenación mental transitoria y saturada. Necesitaba deshacerme de Bermúdez inmediatamente. Lo deje en la boca de metro más cercana y me fui a mi despacho a sudar íntimamente. Llegué, me encerré y grité insultos contra Bermúdez, contra Mecagoensupadre y contra mi mismo.

El miedo aflojó, y descansé de Bermúdez durante un mes. Luego recibí una citación del juzgado. Hay que ver el refinamiento de la justicia para martirizar al agraviado. Allí, en el pasillo, estábamos Bermúdez, angelote, Mecagoensupadre y yo. Bueno, y más gente afortunadamente.

- Nada, esto es para tomarnos declaración y luego se quedara en nada. ¿Eh? Porque seguro que enseguida ven que somos inocentes. ¿Eh?. Mira ahí está el hijo puta ese. ¿Porque no le dices algo?.¿ Eh?

- Bermúdez, mejor dejar pasar el momento. Vamos a esperar a que se resuelva lo del juicio.

- Pero yo creo que nos declararán inocentes. ¿Eh?. Vamos que no habrá ni siquiera juicio.¿ Eh?.

- Si yo también lo creo.

 - ¿Porque no lo llamas después por teléfono a ver si te paga?. ¿Eh?. Yo creo que esta acojonado. ¿Eh?.

Cuando acabé de declarar salí rápidamente para no tener que esperar a Bermúdez. Lo conseguí. Mas tarde me llamó.

- Ya le dije que era un hijo de puta, y que lo tenían que detener. Pero el viejo- se refería al funcionario que nos tomó declaración- me ha cogido manía, porque me cortaba, y lo único que hacía era preguntarme por la nota. Me obligó a escribir una igual.

Pasaron unos largos y tranquilos meses. No sabía nada de Bermúdez, ni de lo mío. Era casi feliz. Bermúdez, con angelote, apareció por la puerta.

- Resulta que ahora soy yo el acusado. ¿No sabias?. ¿Eh?. Me pueden caer cuatro años por las acusaciones del cabrón ese. ¿Tú crees que si le ofrecemos dinero retiraría la denuncia?. ¿Eh?.


¡Dios mío!. pero si yo lo había contratado para que me cobrara una deuda y ahora me pedía dinero para pagarle a quien le tenía que cobrar. Esmirriado y patético, Bermúdez aun intentaba darle un aire de triunfo a su petición.

- Le damos dinero ahora y en cuanto retire la denuncia nos presentamos a cobrarle. Seguro que entonces se acojona y en quince días nos paga. ¿Eh?. Ya me pasó esto con un cliente que...

Otra batallita. Pero ahora ya la cosa era más triste. Pobre Bermúdez, ¿eh?

Con una cierta pena me despedí de Bermúdez. Al fin y al cabo había intentado prestarme un servicio. Se había llevado parte de mi dinero y se había metido en un lío.

Sigo sin cobrar mi dinero, y ya no se nada de Bermúdez.

Si le deben dinero yo le sugeriría que se olvide de el. Si su dignidad, estúpida, se lo impide, demande judicialmente la deuda. Ganará. Confórmese. Si a pesar de todo decide dar un paso mas procure no dar con Bermúdez. Pero si a pesar de todo lo anterior  llama por teléfono y le contestan:

- Le deben dinero, ¿eh?

Cuelgue el teléfono, llame a su deudor, páguele un diez por ciento de lo que el le debe a cambio de un recibo que ponga en el apartado de concepto “por tonto”. Enmárquelo y póngalo a la vista. Se habrá ahorrado un montón de dinero en teléfono y un montón de momentos inenarrables. Palabra.

¿FIN?

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