domingo, 9 de septiembre de 2012

Angel (06-2012)


Cuando Angel recogió los análisis y los leyó casi pudo recrear palabra por palabra la entrevista con el especialista. En realidad lo sabía antes de leerlos, lo sabía desde que se despertó unas tardes atrás en una cama de hospital rodeado de aparatos con números y dibujos, y de las caras de sus hijos que expresaban, cariño, responsabilidad y preocupación, y tal vez, tal vez fuera una maldad o tal vez no, una pizca de fastidiosa expectativa. 

Estaba en casa dividiendo cada segundo entre una película, la cena y el aburrimiento que cotidianamente llenaba su vida -esa vida que desde que hacía ya algunos años la falta de Lola había trastocado y vaciado de esos instantes que solo los solitarios saben valorar, los de las discusiones, los de las caricias al paso, los de soledad compartida, tan distinta de la soledad solitaria que ahora era la suya, estaban los hijos, claro, que venían a visitarte, pero esos eran momentos de soledad futura, la que sentías cuando se iban y que anticipabas ya cuando llegaban, bueno y los amigos, con los que a diario compartías los únicos ratos con contenido, una buena charla, una película, una partida, recuerdos de instantes ya pasados que revivían con todo su esplendor- cuando se le fundieron los plomos

A veces, por la mañana, en la primera mirada en el espejo, o incluso en el primer pensamiento consciente al despertarse Angel se preguntaba para que otro día, que ilusión podía llamarle a vivir con ansia, a bocados, con ganas de que llegue el siguiente día antes  de se acabe el que estamos viviendo. No había respuesta. Si, si que había respuesta pero la cobardía acumulada, el convencionalismo social no le permitía ni siquiera considerarla. No había nada en su vida actual que pudiera motivarlo. No había nada en su vida actual que pudiera llamarse vida. Sobrevivía porque la sociedad y sus reglas así lo habían dispuesto.

Angel, como tantos angeles que a su alrededor estaban en su misma situación, era reo de las costumbres y los convencionalismos, apegado a su cotidianeidad que justificaba con sus hijos y sus amigos, y con algún encuentro ocasional que dejaba más vacío del que llenaba.

Ahora por fín tenía un objetivo en la vida, desmentir la certeza que se desprendía de esos números y palabras,  persistir en esa no deseada vida que pretendía acabarse. 

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