Fui a
visitarlo, como tantas otras veces desde que decidió mudarse, y una vez más,
como todas las anteriores, volví con la sensación de que al fin era feliz, de
que había encontrado en su nueva morada toda la alegría, la luz, la felicidad
de la que siempre había carecido cuando vivía en nuestro mismo barrio.
Muchas
veces había comentado sus intenciones, pero nunca creímos que llegara a dar el
paso, era ya casi como una muletilla que incluso en ciertos momentos todos los
que estábamos con él coreábamos.
Cuando
por fin decidió mudarse al otro lado del río, lo hizo sin avisarnos,
simplemente se fue.
Algún
exagerado le llamó suicidio. Total... porque nadie construye puentes para
cruzar de un lado al otro de la superficie.
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