Guardaba en la chistera un conejo
de trapo, aseado y viejo, con unos ojos de cristal que la ilusiones ajenas
veían moverse, como al cuerpo, unos cuantos naipes marcados, cuerdas de pega,
tijeras que no cortaban y flores de papel de todos los colores y tamaños, que
la misma fuerza que hacía moverse al conejo les confería aromas y texturas.
Aunque todos los elementos eran viejos, vieja la maleta que los contenía,
viejas las palabras con que encandilaba a los espectadores, estos, los
espectadores digo, eran nuevos, nuevas sus ilusiones, nuevas las ansias de
maravillarse, nuevos en su afán y en su entrega.
El mago llegó y los asombró con
sus palabras, ya nadie pronunciaba esas palabras, ya nadie ponía tanta convicción
en lo que les decía, a nadie le brillaban tanto los ojos cuando les hablaba,
nadie describía las maravillas de la magia como aquel mago.
Hasta entonces solo habían tenido
un equilibrista que murió en el alambre, de viejo, no es que sufriera ningún
percance ni que lo echaran por repetitivo, no, un buén día, subido en su
aparato de trabajo se murió. Hubo empleados del circo que quisieron que el
número continuara, y algunos, a fuerza de años de verlo, intentaron
perpetuarlo, pero el número murió con él.
El malabarista que trajeron para
sustituirlo era muy bueno. Al principio la gente, acostumbrada al número
anterior iba más al circo a ver como fracasaba que a aplaudirle, pero la verdad
es que era muy bueno, yo creo que el mejor que recuerdo, conseguía poner en el
aire cantidad de elementos que continuamente parecía que se le descontrolaban,
pero no, siempre los volvía a poner bajo su control. Se agotó, tuvieron que
sustituirlo por puro agotamiento, pero todos lo recordamos.
El siguiente fue un mago, brillante,
imaginativo, audaz, encandiló al público y le dia al circo un aire nuevo y
vibrante. Estuvo varias temporadas y la gente se resistía a que se fuera, pero
finalmente se fue, un poco por cansancio y un mucho porque los errores que este
le producía dejaron algunos trucos a la vista del público, y el público somos
así, no perdonamos.
Después vino un clown. A nadie le
gustaba especialmente el número y sus chistes no parecían hacer gracia, pero se
fue asentando, y sustituía su falta de guión con unos grandes recursos técnicos
y su afán de agradar. Se confió en su éxito aparente y se olvidó de querer
agradar. Cuando anunció que se retiraba y propuso a otro clown para sustituirlo,
el público le dimos la espalda, quizás injustamente, tal vez justamente.
Nuestro mago actual solo tiene
ilusión, pero sus trucos son viejos, su material es viejo -el otro día en pleno
truco al conejo se le rompió una patita, algunos niños lloraron-, su ayudante
es antipática y parece que no se depila las piernas. Corren malos tiempos para
el mago actual.
Corren malos tiempos para el
circo de mi pueblo.
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