sábado, 15 de septiembre de 2012

Raquel Y Guillermo (04-2001)


Convivieron desde pequeños. Toda una vida de juegos y meriendas, patios de colegio y deberes, habían dado lugar a una relación sin equívocos, a un conocimiento mutuo que casi parecía una identificación de caracteres.

A esta vida infantil le siguió una adolescencia que no pudo separarlos a pesar de que los amigos de el y las amigas de ella consideraban muy raro que les gustara estar juntos, y no entendían aquella amistad tan rara que les privaba de poder ser el mejor amigo o la mejor amiga de Guillermo y Raquel, porque Guillermo y Raquel se tenían, antes que nada y antes que a ningún otro, a si mismos. Si a Raquel le gustaba algún chico y necesitaba de un cómplice que le averiguara que pensaba aquel chico de ella, no se lo contaba a su amiga Margarita, el primero al que se lo contaba era a su primo Guillermo, y si Guillermo había puesto sus ojos, y pensamientos, en alguna chica, quien mejor que Raquel para hacer de Celestina. Desde luego mucho mejor Raquel que no el patoso de Rafa que podía conseguir el efecto contrario. Desde luego, y para conveniencia de todos, cuando se estableció el encanto de las parejas, lo mas natural, de una forma prácticamente implícita, Raquel se consideró emparejada a Rafa y Margarita a Guillermo. No es que las parejas pasaran de algún que otro beso y en el caso de Rafa de un tortazo el día que se le ocurrió comprobar que los pechos de Raquel tenían ya entidad suficiente para ser paseados. Aquello costó no pocas negociaciones, que si llegaron a buen fin fue mas por la reconocida patosidad de Rafa, que lo hacía reo de disculpa, que por que se olvidara su osadía.

Desgraciadamente la vida seguía su curso y la misma biología imponía unas exigencias que ni Rafa ni Margarita podían soslayar, por lo que aquellas parejas de primeras discotecas y cine, de alguna que otra cerveza y billares, se fueron diluyendo en citas esporádicas para recordar cuando Rafa no tenía pareja, muy a menudo, o cuando Margarita dejaba plantado a alguno de sus novios, un par de veces al año. Raquel y Guillermo también sentían la necesidad de separarse para estar con sus parejas, pero esa necesidad se trocaba en anhelo de reunirse y contarse las experiencias apenas se habían separado, antes, incluso, de que se produjeran las experiencias. El hecho de separarse era ya en si mismo una experiencia.

Este estado de cosas no pasaba desapercibido para sus padres que, en un principio lo consideraron gracioso y hasta tranquilizador sabiendo que iban juntos y que esa misma presencia mutua aseguraba un comportamiento moderado. Pero esa complacencia, esa tranquilidad, fue, según avanzaban los años, trocándose en una inquietud que tenía un origen en las buenas costumbres mas que en la posibilidad o sospecha de que entre ambos hubiera nada mas que lo que estaba a la vista. No podía ser bueno que ambos pasaran tanto tiempo juntos, que se identificaran de aquella forma tan idéntica que llevaba a Doña Leonor a decir siempre que visitaba a las familias, y salía a colación el tema de los niños, que es que eran como gemelos, que ella conocía a unos de unos amigos y se comportaban igual, igual.


Con los quince años cumplidos, los padres de Raquel decidieron, como premio por las notas durante y al final del curso, y para una mejor preparación, enviar a la niña a pasar el verano en Irlanda. Saldría para allí el día 1 de julio y pasaría en el colegio todo el mes, a finales sus padres se incorporarían, habían alquilado una casita en la villa en la que estaba el colegio, y pasarían en la casita, muy bonita, al lado de un pequeño río en el que había pesca abundante, todo el mes de agosto, sin que la niña dejara de asistir a las clases del College. Guillermo, que era algo menos brillante que Raquel en los estudios, se vio, inopinadamente, apuntado para pasar el mes de julio en un campamento de perfeccionamiento de inglés situado en la sierra de Madrid, y el mes de agosto en el pueblecito de Cantabria al que habían ido invariablemente todos lo meses de Agosto sus padres y tíos desde antes incluso de que nacieran Guillermo y Raquel.

Como no podía ser menos, ambos primos protestaron por unos planes que los separaban. Para ser mas exactos, la que protestó fue Raquel, que se sentía castigada con su premio. Siempre habían ido a veranear al pueblecito, y ella quería seguir yendo, seguir perteneciendo a la pandilla, a la mayoría de cuyos miembros había conocido pala y cubo en ristre haciendo, y algunos deshaciendo, castillos en la playa, y cocodrilos y barcas de arena que surcaban el mar sin necesidad de gasolina ni papeles. Y el mes de Julio, si era tan bueno como decían los tíos, podía ir al mismo campamento que Guillermo, al fin y al cabo ella lo necesitaba menos. O que viniera el a Irlanda, que así podría progresar mas deprisa porque tendría que hablar Ingles todo el día.

En el fondo, y según se acercaba la fecha en todo su ser, ambos primos sabían que la suerte del verano estaba marcada. Iba a ser el periodo de tiempo mas largo que ambos primos hubieran pasado separados, en lo que recordaban. Les consolaba pensar en las muchas cosas que tendrían que contarse a la vuelta.

Esta primera separación, fue el inicio del distanciamiento, meramente físico, de ambos primos. Según fueron avanzando los años la diversificación de horarios, de estudios y actividades, e incluso de amistades, y el ritmo frenético de la ciudad los fue separando de una forma imperceptible pero firme. Siempre encontraban un momento perdido en el que verse y charlar, o por teléfono los días en que coincidir se hacía imposible.

En ningún momento esta situación produjo ningún distanciamiento. La fuerza que los unía seguía intacta, esa identidad de gemelos que tanto le chocaba a Doña Leonor, era, si cabe, aún mas fuerte, como una identidad de siameses, en la que no es posible saber donde empieza el uno y donde acaba el otro.

Tendrían mas o menos veintitrés años cuando un día en que Raquel y Guillermo estaban discutiendo acalorada y divertidamente un tema, Guillermo intentó darle un cachete a Raquel que se resistía a la evidencia de sus argumentos, ella fintó ágilmente y al final del movimiento sus bocas se encontraron juntas.

No hubo extrañeza, ni pudor, ni siquiera sorpresa, tal como se encontraron ambas bocas se abrieron y se unieron en una sola boca que no necesitaba explorar su parte recién adquirida, solo tomarla y compartir las oleadas de placer que mutuamente se transmitían. Sin rubor, sin sorpresa, sin discusión ni acuerdo, ambos cuerpos se fueron fundiendo en una interpretación vertiginosa y plena de su identidad intelectual de toda la vida. Fue la consumación de una fuerza que toda la vida habían sentido sin necesidad de hacerla notoria, fue una consumación llena de sensaciones de identidad y plenitud, sin frenesí, sin otro afán que el de sentirse absolutamente juntos, totalmente idénticos.

Al acabar se besaron largamente, con la dulzura que uno se besaría a si mismo cuando está plenamente satisfecho. Se vistieron sin buscarse de nuevo, sin preguntarse mutuamente ni a si mismos, retomando con un cachete la conversación en el punto y tono en que se había abierto el paréntesis. Nunca mas mencionaron lo acontecido, pero a partir de entonces ambos se separaron pensando felizmente en el otro. Ya solo se encontraban en las celebraciones familiares y en las reuniones de amigos comunes. Cuando estaban juntos, y cuando no lo estaban, seguían disfrutando del que, en la identidad, ellos conocían como el efecto Leonor.

Pero no volvieron a estar juntos, nunca, ni siquiera se lo plantearon, ni siquiera lo añoraron o intentaron comparar a sus parejas con aquellos momentos. Aquellos momentos fueron únicos y ninguna repetición, ninguna otra persona, ninguna circunstancia de la vida podría aportar nada parecido. Para Guillermo y Raquel la plenitud existió y ambos se consideraron afortunados por haberla conocido, y ambos fueron lo suficientemente idénticos para no intentar perpetuar lo instantáneo, ni convertir el magnetismo en convivencia.

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